De los enunciados domésticos del fascismo |
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj |
Lunes, 06 de Mayo de 2013 06:00 |
![]() Paradójicamente, el modelo socialista en curso, no recurre a las consabidas categorías de análisis que dan cuenta de una forma o etapa particular de la lucha de clases, o del poder en un Estado de Excepción, porque – sencillamente – la contraviene, de recurrir al canon. La yunta cívico-militar, generadora de las camarillas burocráticas en pugna abierta o confidencial, lejos de la alianza obrero-campesina que no pueden materializar en una economía ultrarrentista, tiene por abnegada tarea la de acusar de fascistas a los extraños, experimentando un inevitable proceso de fascistización para la celosa preservación de sus privilegios. Imponiéndose el más fuerte, en una sociedad de la supervivencia y de la zozobra, evadida palmaria y sistemáticamente la responsabilidad de gobernar, la violencia alcanza una asombrosa legitimidad. Logrando desinstitucionalizar el conflicto, las camarillas aspiran a convertirse en el árbitro exclusivo de todas las diferencias reales o ficticias que la coyuntura suscite, negando las experiencias institucionales de la clase obrera a las que aspiraba – por ejemplo – Gramsci, caricaturizadas las juntas comunales, financieramente dependientes y prestas para una futura militarización de las respuestas demandadas por la población. La violencia adquiere eficacia no sólo con el lenguaje escatológico, sino con el ensañamiento, el morbo o sadismo aleccionador que consiente la descalificación moral del adversario y hasta su reclusión con delincuentes comunes, aunque la disidencia fuese de inequívoco cuño político: desafiando una larga y costosa evolución doctrinaria, acarrea – en forma directa e indirecta – consecuencias prácticamente penales para los familiares y relacionados. Agreguemos que, a falta de motivos reales o inflando los existentes, gracias a un seguimiento sin descanso de los estudios de opinión, permitiendo descubrir o recrear aquellos resentimientos o rencores necesarios, los prejuicios cobran una importancia esencial en la estrategia, tengan o no carácter racial. Comprobado en los meses recientes, la pobreza de imaginación y habilidades políticas, le otorga toda su crudeza al desempeño del poder. Éste se hace brutal, perdiendo sus características pastorales, a través de la guerra y el terrorismo psicológico, o la delegación provisional de las tareas represivas, por obra de los llamados colectivos, motorizados o cualesquiera otras manifestaciones inducidas. La falsificación de la realidad vigente, guarda correspondencia con un pasado que se reinventa constantemente para prefabricar una épica que conceda una mínima identidad, así deban ofrecer una distinta versión iconográfica de los héroes invocados. En su conocida acepción marxista, proliferan y se intensifican los aparatos ideológicos del Estado confiscado, quebrada la relación de los partidos de oposición con los sectores sociales hipotéticamente representados y hasta liquidados como agencias de socialización política, sumado el condicionamiento de la prensa. Por ello, es relativamente fácil jurar el maquillaje donde hubo una golpiza, asegurar los sabotajes y magnicidios sin mediación de prueba alguna, linchar moralmente al más respetable de los adversarios, subestimar los actos propios y defensivos, como sobreestimar los actos ajenos y ofensivos. El alcance de los crecientes beneficios de la renta petrolera, que no advierte una superior explotación del hombre por el hombre, ni comporta un mayor sacrificio de los sectores concurrentes, estimula el desclasamiento de las clases sociales comprometidas solamente con los concesionarios de ventajas, recursos y servicios. Cosificándose – atreviéndonos a Lukács – comulgan con el más insolente de los oportunismos, debiendo – cual feligreses – rendir culto a la personalidad presidencial (incluso, para explicarse a las personas, el mundo y las cosas), concursando en los ritos y espectáculos que son existencialmente indispensables. Así, no por azar, en lugar del sencillo acto republicano de antaño, tenemos que – hogaño – todo evento de Estado tiene por característica una complicada puesta en escena, la cual raya en elementos e invocaciones de la premodernidad. @luisbarraganj |
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