Violencia parlamentaria |
Escrito por Ox Armand |
Viernes, 03 de Mayo de 2013 15:56 |
![]() Lo más cercano a un evento de tamaña gravedad, es el llamado “fusilamiento” del Congreso que se produjo en la Caracas del 24 de enero de 1848, con la muerte de los representantes José Antonio Salas, Juan García y Francisco Argote, como las heridas de Santos Michelena, fallecido días después. Sin embargo, Augusto Mijares aclara que la tragedia fue, al concluir la sesión de la Cámara de Representantes, producto de su dispersión tumultuaria, dando origen a una década de represión, censura, inmoralidad administrativa y nepotismo de los Monagas. En las próximas décadas, transcurre nuestra historia parlamentaria con una cierta normalidad, liados a golpes unos que otros senadores o diputados, quienes privilegiaban la intriga y la cizaña palaciega por encima de todo, no pasando más allá de los insultos de mediano calibre, como se deduce de la extensa obra de Francisco González Guinán. Los Congresos de Gómez y Pérez Jiménez, nombrado a dedo como los de López Contreras y Medina (pero con minoría opositoras), fueron más corteses y ampulosos en el XX. Hubo situaciones serias en la constituyente y el parlamento del trienio adeco, como puede verse en el tomo que le ha dedicado Rodolfo José Cárdenas, pero nada semejante al 30-A. A partir de 1958, definitivamente plural, por mucho que se inhabilitasen los partidos insurgentes y se allanaran sendas inmunidades, siendo posible un acto de terrorismo externo, los senadores y diputados no traspasaron las fronteras al insultarse obscenamente, liarse en una riña colectiva, agredirse con objetos contundentes, por más que la insurrección marxista estuviese declarada, los golpes de Estado a la orden del día y las divisiones tan dramáticas de los partidos encendiera pasiones. Una mirada a los Diarios de Debate de los sesenta, permite descubrir a oradores vehementes y acalorados que, en lugar de la procacidad, herían con un extraordinario humor corrosivo, conservando un respeto y consideración hacia sus colegas, por muy defensores o adversarios que fuesen del sistema. Podemos nombrar a muchos, pero (creo que alguien se lo dijo al chavismo cuando falleció el año pasado, al discutirse un acuerdo) Domingo Alberto Rangel, por ejemplo, nunca desenfundó un arma, empleó un verbo soez ni urdió un acto de violencia a traición (como sus supuestos herederos hacen ahora). Rómulo Betancourt perdió el control de la Cámara de Diputados o Leoni el del Congreso, sin que se les ocurriera aplastar al oponente, torciéndole el pescuezo en alguna de las cámaras. Lo más grave que ocurrió fue en el Senado, hacia 1969, pero fueron los perejimenistas que tomaron por asalto las barras, bajaron a las curules para sabotear la sesión y hasta le dieron un telefonazo (no precisamente una llamada) al maestro y senador Vicente Emilio Sojo. Claro que, por lo que resta de décadas, hubo momentos difíciles, intercambio personales de golpes, discusiones fuera de tono, pero quien le dio esa connotación de “parlamento tropical” en los noventa, fue la agresiva y provocadora La Causa R, incluyendo el puñetazo que le propinó Carlos Melo al empleado que quiso quitarle una pancarta. Pero la dirección de debates, la presidencia de la cámara, si la cosa se agravaba, suspendía inmediatamente la sesión, o – sencillamente – arbitraba medidas para preservar el orden y la integridad personal de los senadores o diputados. El parlamento inseguro, violento y arriesgado, es – en consecuencia – el del siglo XXI, con cuatro notas características que no deben – precisamente – enorgullecernos. Peor aún, con la aprobación de la “mejor Constitución del mundo”, como dijo el propio Chávez Frías. La una, que al instalarse el moribundo Congreso de la República, el novísimo gobierno estimuló, organizó y movilizó a todos sus partidarios para rodearlo y denostar, como agredir a la entonces mayoría que, al contrario, lo respetó en sus sesiones, por muy tremendistas que quisieran hacerse. En adelante, ya con la Asamblea Nacional, entrar o salir a cualesquiera de las horas, era toda una aventura por el solo hecho de oponerse al gobierno, convertido el parlamentario en víctima segura de las piedras y, hubo no pocos casos, de los disparos de arma de fuego. La otra, modificado el reglamento según los intereses de la mayoría ahora chavista, no era normal el desarrollo de las sesiones, pero cuidaban muy bien de propinarle los golpes a sus contrarios, emboscándolos fuera del hemiciclo, en los pasillos y jardines. Es más de una ocasión, provocó esa mayoría un pleito dizque personal, pero temía demasiado a la prensa independiente. Agreguemos, a propósito de una consulta que realizaba un diputado del chavismo, nada más y nada menos que de un website pornográfico, tomado por un canal privado de televisión, haciéndose los ofendidos, desterraron de las sesiones a la prensa libre, televisiva, radial y escrita. Y, monopolizando las cámaras de ANTV, una fundación inexplicable, por si fuese poco, han tratado de evitar que los propios hechos de violencia, como los del martes 30 del mes pasado, se conozcan, aunque el próximo paso será quitarles definitivamente las cámaras portátiles y teléfonos celulares, a los diputados de la oposición democrática. Por último, citemos un hecho nada casual: antes, las protestas podían llegar a las propias rejas del parlamento, pero – temiéndolas – la directiva de la Asamblea Nacional tomó más de la mitad del boulevard entre las esquinas de Las Monjas y San Francisco, y – enrejándolas y ajardinándolas – sirve de estacionamiento y valladar contra todo movimiento sospechoso de disconformidad, por cívica que sea. Camino semejante toma la parte oeste, pues ya está boulevardizada la calle entre las esquinas de La Bolsa y San Francisco, y no tardará en amurallarse el chavo-maduro-cabellismo parlamentario por ese flanco. |
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