De la premodernidad laboral
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 29 de Abril de 2013 06:51

altLas pretendidas innovaciones laborales de la década, distan demasiado de los avances que otros países exhiben. No hacemos referencia a la normativa reciente que, por cierto, busca convertir al Estado en el único empleador, sino al forzado ingenio de los desempleados que le dan una diferente utilidad a los más elementales materiales que tienen a la mano.

En efecto, la economía informal expone sendos instrumentos de trabajo, antes impensables en medio de las remotas bonanzas petroleras. Apartando el hurto y  realización de las piezas de aluminio en una ciudad ya desdentada, el lícito comercio de los más variados y manejables productos en la calle y medios de transporte, se vale de las pequeñas cajas de cartón que el oferente empuña con sus discursos a veces agresivos y desesperados; una lámina de anime y el indispensable “teipe”, se transforma en el mejor y más liviano atril para los lentes o anteojos de imitación; rueda el liviano plegable de metal, tupido con los forros para los teléfonos celulares, como no lo hacen los carritos de helados;  desplegadas en las aceras, las bolsas impermeables de basura permiten una rápida recogida y huída del lugar, preservando los artículos y garantizando una ágil maniobra; o, con su apero natural, el ya familiar voceador de las paradas de bucetas, tiene el deber de llenarlas,  lidiando con los policías de tránsito.

Un instrumental que tiene por principal ventaja la movilidad de la que no gozan los cantantes y magos literalmente callejeros, arriesgando un acordeón o una corneta portátil, da cuenta del retroceso que hemos experimentado. Convertidos en centros de propaganda ideológica, no hay escuela de oficios que los ponga en sintonía con otros utensilios y les conceda la perspectiva confiable de un desempeño estable, y social como personalmente seguro.

Lo más lejos que la empobrecida economía les autoriza tecnológicamente, consiste en el uso de una motocicleta – propia o alquilada – para diligenciar las prisas de la población, o la elemental manipulación de los celulares que la comuniquen, junto a los caramelos y cigarrillos detallados que consuman. Acaso, las horas de navegación acumuladas al detal, genere la ilusión de un “cibercafé” propio, aunque la peluquería y el manicure aparecen como una notable promesa, sin sospecha alguna de los muchachos que ensamblaban una caja de madera y se convertían en limpiabotas tan dignos como los pregoneros de la prensa de las décadas ya remotas.

Fenómeno consolidado, facilitando el trabajo infantil, le confiere también una característica y una identidad a estos años de insólita revolución. Por cierto, alegrándonos, pues no tiene familiaridad alguna con las vicisitudes y vivencias que tristemente padecen las denominadas sociedades de la información y las economías del conocimiento estratégico.

@luisbarraganj


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