| De la representatividad oficialista |
| Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj |
| Lunes, 14 de Enero de 2013 17:02 |
La participación no se entiende sin la representación, y viceversa. Separadas, constituyen el simulacro de una dinámica política presta a devorarnos con prisa o lentitud,
devorándose a sí misma.Bandera del buque insignia que ahora se hace espectral, el oficialismo ha batido hasta la saciedad una pretendida participación que hunde a propios y extraños en la mar de la demagogia. No la ha habido ni siquiera en el proceso de formación de las leyes, por no mencionar la manufacturación que ha permitido la irresponsable y reiterada habilitación presidencial, excepto que las circunstancias obliguen a una convocatoria de la clientela política que diga perfeccionar un acto de ocasión. Recordemos, consumado el cierre del consabido canal privado de televisión, emergió años atrás la protesta juvenil de oposición que encabezaron sendos dirigentes avalados electoralmente en distintas universidades, por lo que pronto el régimen movilizó a sus muchachos que, por lo general, no ostentaban una clara credencial en el movimiento estudiantil. Hasta la Asamblea Nacional ofreció sus espacios para una confrontación mediática que puso en evidencia a la novísima clientela, pues, la sola y habilidosa creación de una comisión presidencial que les fue exclusiva, dijo acreditarlos para incursionar en la burocracia y fulgurar en la opinión pública y en el partido. La todavía reciente elección de la directiva de la Asamblea Nacional, comprueba la constante manipulación que se hace de individualidades, grupos y sectores para consagrar la triste navegación. A la hora de juramentar, los pocos idearon y seleccionaron a los pretendidos representantes del mundo deportivo, cultural, etc., resueltamente revolucionarios, para fabricar esa ilusión de legitimidad a la que frecuentemente apelan aún en los actos de Estado que se suponen sobrios, sencillos y suficientes. El acto múltiple y casi infinito de juramentación de Cabello, Vivas y Eekhout, fue realizado ante individualidades, grupos y sectores ajenos al cuerpo parlamentario que votó la directiva. Obviamente, fue una burda trapisonda política, porque nunca estuvo demostrada la representatividad de los juramentadores, o – por lo menos – jamás será igual o superior a la de los diputados de acuerdo a unos resultados electorales precisos e inequívocos, ya inexpugnables, fruto de la voluntad universal, secreta y directa de la ciudadanía. Sin embargo, el oficialismo ha expuesto a los variados juramentadores como la viva encarnación del denominado poder popular, aunque el cuerpo no los calificó con el mínimo rigor que se espera – por lo menos - para nombrar a magistrados judiciales, rectores electorales, etc. Después, no hay acto ni movilización en las calles (que no de calle, como dicta la espontaneidad de un compromiso firme), donde la masa concurrente no sea ofrecida como fiel personificación del sentir y la vida nacional, a pesar que únicamente consta la condición de usufructuario, miliciano o empleado público deseoso de alcanzar una mínima condición de vida negada para quienes no militan en el partido oficial. Seguramente, habrá miles de vicisitudes que aún públicamente desconocemos sobre tamaña hazaña dizque participativa, en el sorteo de las ventajas y prebendas, pues, a la postre, se imponen las relaciones primarias (simpatía y antipatía). @luisbarraganj |
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