Constituyente de Troya
Escrito por Editorial (El Nacional)   
Miércoles, 08 de Julio de 2009 06:32

altY a lo advertíamos en un anterior editorial que los acontecimientos militares y civiles de Honduras estaban abriendo una ventana inédita para el análisis de la situación actual de la democracia, de los nuevos peligros que la acechan por los gobiernos populistas y autoritarios, y de las medidas precautelares que deben adoptarse para impedir que, desde adentro del sistema, se dinamiten y destruyan las instituciones civiles, tal como ha ocurrido en Venezuela.

Dentro de este esquema de reflexión también debería ser objeto de análisis la progresiva reducción de las instituciones civiles y de las fuerzas armadas a una función subordinada a un único y gran objetivo: la permanencia vitalicia en el poder del jefe de Estado.

En efecto, como lo estamos viviendo hoy en Venezuela, la revolución bolivariana ha sido totalmente incapaz de articular su pensamiento, sus propuestas políticas y la subsiguiente construcción de un partido popular, por la extremada carencia de una reflexión válida sobre sus propios y verdaderos objetivos.

En realidad, su comportamiento como movimiento militar ha quedado reducido al uso indiscriminado de la táctica, a partir del descubrimiento feliz y fructífero del recurso político de la Asamblea Constituyente, usada como un caballo de Troya para destruir desde adentro las instituciones civiles o provocar su suicidio colectivo.

Al declararse poder originario y ser aceptado así sin más miramientos, la Constituyente se convirtió en un arma de doble filo: podía hacer mucho bien a la sociedad o, torvamente, clavarle un cuchillo por la espalda a la democracia. Por desgracia, en Venezuela ocurrió esto último. A ese acto final es lo que, en verdad, le temen el pueblo y la clase media hondureña.

El grave error de la Constituyente venezolana es que creyó a ciegas en la grandeza de alma de quienes la impulsaban, sin detenerse a pensar que dentro de ese variopinto grupo de revolucionarios, reformistas y académicos (con el agregado de algunos oportunistas) había muchos resentidos y gente llena de venganza. En medio de ese desasosiego moral y ético, lo que más entusiasmaba a la opinión pública era enterrar el pasado como generador de todos los males y maldades del presente. En ese argumento o banalidad histórica se montó la actual camarilla militar para ir construyendo un discurso dirigido a inhabilitar toda la trayectoria de la democracia representativa y sustituirla por una más "participativa".

Hoy sabemos que el concepto de democracia participativa era una vulgar patraña, propia de un bufón de circo, porque los bolivarianos jamás consultarán las grandes y pequeñas decisiones públicas con el pueblo o con la sociedad en general. Al contrario, cada día vemos como funciona una dictadura mediática mediante la cual el Presidente anuncia desde los cambios de un jefe civil en el Arauca como el enjuiciamiento de un gobernador o un alcalde, o declara la guerra a Colombia o se inmiscuye en Bolivia o en Honduras, lo mismo da.


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