Mucho se ha dicho que esta es una hora menguada para los partidos políticos.

Estudiosos de las ciencias públicas y demás observadores e interesados en estos temas coinciden que desde  finales del siglo pasado y lo que va del presente, estas instituciones  han sufrido  desacomodos, subestimación e incluso rechazo.

En Venezuela, la situación se presenta más grave y compleja.  A veces  no solo despiertan indiferencia sino lo que es peor,  repulsa y menosprecio, cosa que pone en peligro  su misma existencia o  su definitiva extinción. 

Los partidos en nuestro país han tenido por mucho tiempo  un desempeño precario, de poca relación con la sociedad y casi nula representación política. Es cierto que han sido perseguidos y algunos criminalizados. Sin embargo, y por lo general, continúan aferrados un tanto a un nauseabundo pragmatismo, haciendo gala de  un descolorido perfil ideológico y andando por allí con la brújula  perdida, dedicados a unos cuantos menesteres nada convincentes para el restablecimiento de la democracia.  

Definitivamente, y no nos cansaremos de decirlo, hace falta un golpe de timón. Ya basta que los “partidos históricos” continúen exprimiendo lo que podríamos denominar el  “seguro de vejez”. Sí, aquel que le ha sido reconocido por todos y que está  cimentado en un pasado  heroico por sus luchas democráticas, por el inobjetable propósito de defender a toda costa el régimen de libertades y por su empeño en lograr un apreciable progreso económico y social. Pero también, ese “seguro de vejez” que le permite tener algún  respaldo electoral, unos cuantos representantes en los cuerpos colegiados y una que otra magistratura regional, sin mayores complicaciones y denodadas campañas. Ni que hablar – gracias a este  “seguro” -  que muchos de los  candidatos no son, precisamente, los más  meritorios y representativos.

De verdad que a nuestros partidos les falta imaginación, utopía, grandeza, ideas y grandes aspiraciones. Da la impresión que se hallan en un marasmo conformista y cotidiano, como si estuviesen a la espera de un golpe de suerte,  de una carambola o  un milagro.

Pareciera que no han entendido que sus líderes y demás dirigentes tienen un papel fundamental  que cumplir. A los partidos les falta emoción, entusiasmo, convencimiento, solidaridad y verdadera militancia. Como dicen   popularmente, les falta música en el alma.

Los ciudadanos – insistimos – tenemos que exigir unas organizaciones políticas representativas, proactivas, corajudas, orientadoras de la opinión pública y  promotoras decididas de la  unidad nacional.

De verdad preocupa que algunos  estén llamando a procesos electorales para elegir sus autoridades y  hayan comenzado a utilizar un lenguaje pestilente, “digno” de los peores desaguaderos y, de paso, con los mismos aspirantes de siempre, con sus viejos discursos  y con un morral lleno de malas costumbres que, al fin y al cabo, no permiten la tan prometida y necesaria renovación. Este es el meollo del asunto. Demandar, conminar que los partidos políticos se actualicen, rectifiquen, que sin equívoco alguno procuren su reorganización y  comprendan  sus funciones. 

Admitamos -por los momentos- que les falta esa “música en el alma” que les proporcione devoción por Venezuela, inspiración y grandeza.

|*|: Especial para www.opiniónynoticias.com