El gradualismo, escalera al infierno
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Jueves, 12 de Diciembre de 2019 21:28

altDos promesas de cambio radical, bajo inspiración liberal, han terminado en un trágico naufragio: Piñera en Chile y Mauricio Macri en Argentina.

No dudo que será el destino de otro gradualista, Iván Duque, en Colombia. Y tengo serias dudas de los cambios radicales prometidos por Jair Bolsonaro en Brasil. No se hable de Venezuela, en donde pese a doscientos años de dictaduras y gobiernos autocráticos, se sigue apostando al gradualismo democrático. Como si hubiera atisbos de democracia.

Desde el 1 de enero de 1959 los únicos latinoamericanos que han erradicado drásticamente al gradualismo de sus hábitos políticos, lo que les ha permitido entronizarse por más de sesenta años en el poder, han sido los cubanos. Son quienes, con su irrenunciable afán de poder imperial, han frenado, si no impedido, el afán liberador de los pueblos del continente. Desatando las jaurías castro comunistas chilenas contra el legítimo gobierno del más gradualista de los gradualistas, Chile podría seguir la senda argentina: poner, luego de Piñera, a una ficha del castrismo. Y repetir las hazañas del Sísifo estúpido que ordena los destinos de la región: una vez más deshacer lo hecho para recomenzar desde cero.

Ninguno de esos supuestos “neoliberales” comprendieron, o quisieron comprender, la raíz del mal que los atenaza desde hace más de medio siglo: el castro comunismo cubano. El único latinoamericano que lo comprendió, razón que lo llevó a repudiar todo gradualismo, fue el general Augusto Pinochtet. Y ni siquiera sus diecisiete años de dictadura, implacable y altamente provechosa para su país, logró extirpar de raíz la tentación del fidelismo. Después de cuarenta y seis años de rectificación, la insensatez política de los chilenos ha vuelto a abrir la caja de Pandora: Piñera está arrinconado, la derecha se encuentra acosada a la intemperie de todo proyecto estratégico, mientras los mastines del constituyentismo venecubano rondan los alrededores del Congreso chileno. 

Una década que comenzó abriendo perspectivas inéditas para la región, termina en la mayor desventura. Los argentinos, contrariando su alto nivel cultural, vuelven a comportarse como si no hubieran sido la primera nación que venció al analfabetismo. A pesar de que no debe existir un solo argentino que no alimente la convicción, o cuando menos la fundada sospecha de que detrás del asesinato del fiscal Nisman están las pandillas asesinas de Cristina Fernández viuda de Kirchner, han decidido reelegirla, eligiendo a su mascarón de proa Alberto Fernández. Perón les inoculó la freudiana dependencia a las mafias sindicalistas y ellos, como si fueran subnormales, lo siguen venerando con impudicia.

Como la estupidez no es atributo exclusivo de los latinoamericanos, el mundo se niega a desalojar al personaje más siniestro puesto en el poder por lo que parece un defecto ancestral de los venezolanos: la irresponsabilidad. Compartida por quienes tenían la obligación de dar un paso al frente y respaldar la decisión de los norteamericanos, de intervenir militar, política y diplomáticamente para erradicar al castro comunismo de Venezuela: Iván Duque, Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera y Mauricio Macri. Acompañados por todos los eventuales y futuros dolientes. Todos los gobiernos del llamado Grupo de Lima.

Que eso no haya sucedido, a pesar de ser una medida recomendada por un elemental sentido común, se tradujo en la inmediata reacción de Cuba y Venezuela, volviendo a la ofensiva: le cayeron encima a Ecuador, a Chile y a Colombia. Venciendo de paso en Argentina y esperando, tras lograr la liberación de Lula da Silva, vencer en Brasil. Por fortuna Uruguay les ha salido al paso. Pero la parálisis del Departamento de Estado, la pusilanimidad e indecisión de Donald Trump y la aterradora flaqueza moral e intelectual de la llamada oposición venezolana, han estancado todas las acciones liberadoras de nuestra atormentada región.

El futuro no se muestra promisorio. Desafiando descaradamente a los Estados Unidos, a la OEA y a la Unión Europea, el maquiavélico psiquiatra y torturador del régimen dictatorial venezolano, Jorge Rodríguez, desfila por la alfombra que lo lleva a felicitar a Alberto Fernández, a pesar de tener prohibida la entrada al país por decisión del TIAR, del que forma parte el gobierno argentino, que es parte, asimismo, de la acusación contra el mismo personaje ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya.

Con estos antecedentes, pueda que representantes de la tiranía venezolana se presenten en todos los países que los han sancionado en cuanto caigan bajo las garras del castrocomunismo. ¿Alcahuetería, estupidez o connivencia? No tengo la respuesta.

            

 

            


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