Un capítulo de mi vida
Escrito por María Isbelia A. de Alfonzo   
Domingo, 15 de Noviembre de 2009 06:38

altY cuando el reloj marcaba justamente las 4:35 de esa tarde capitalina,  irrumpe de pronto en los canales televisivos una cadena del Estado que serviría de mampara al funesto acontecer que pondría el velo cegador de la muerte inexorable. Pero  ¿De quién fue la idea de la improvisada cadena?  Nunca pude saberlo.

Te aseguro que lo sucedido detrás de aquella cadena televisiva ya todos lo imaginábamos ¿Cuántos venezolanos inocentes murieron en ese momento enarbolando la bandera de la patria?... El Dios del Exterminio había cumplido su misión.

No se me ocurrió otra cosa que pisar el atrio de mi altar sagrado,  mi oración se elevo al infinito y penetró a los cielos,  al caer de rodillas mis ojos se nublaron y para no dejar que el llanto a borbotones me ahogara,  lancé una a una mis lágrimas al viento,  mientras una de ellas rodaba por el rostro de la historia.
Puede suceder que esas palabras que algunas veces se zafan de nuestro pensamiento disminuye la intención de lo que queremos expresar,  pero puedo asegurarte que lo acontecido aquella tarde terminó por agrietar de manera irreversible la frágil esperanza que en mi mente existía.

En medio de la derruida torre quedó la esperanza rota como una llama flamígera que sube y se achica pronta a extinguirse.
Intento escribir en este momento  sintiendo el empeño de contarlo todo dejando a un lado las reservas, aunque en mi torrente de tinta mis palabras se pierden desplumadas en aires cenizosos por sombríos pasillos,  la mano callosa del tiempo pasa sobre las plumas como uno de mis dioses tratando de calmar las turbulencias de las entrañas aguas que chocan con las paredes del farallón en los confines de mi espíritu.

Alas caídas sin fuerzas para emprender el nuevo vuelo,  sin savia de crepúsculo,  sin inspiración castálida que reanime la musa en extravío del silencio.
Cuántas veces bajo la incertidumbre de estas horas ciegas la literatura ha sido mi refugio a la expresa de un exilio espiritual,  y así como la libertad ha sido inspiración constante de la poesía,  el tiempo y el silencio la simbología de mis escritos.

Con estas reflexiones no estoy pretendiendo dejar de lado la esperanza  porque detrás de esos nubarrones el cielo siempre sigue siendo azul y cuando creemos que todo esta perdido allí queda un orificio al final del túnel que abre como un ojo de luz, el ave mira al cielo y encuentra en la memoria de sus nubes ranuras de salvación.
Puede suceder que en algunos momentos escribo lo que siento, a la vida con sus soledades, tristezas y desencuentros y en otros lo que puede traducirse en alegrías y sueños,  literatura y amor siempre están allí dentro de las necesidades espirituales del ser humano y su condicionamiento material condensado como una dualidad conflictiva en esa angustiosa dicotomía.
Créeme que no soporto las injusticias sociales ni las desigualdades,  pero dentro de todo esto lo más importante es que no he sido infiel a la realidad que me ha tocado vivir.

De hecho, creo en Sábato cuando dice que el escritor debe ser un testigo insobornable de su tiempo,  con coraje para decir la verdad y levantarse contra todo oficialismo que enceguecido por sus intereses pierda de vista la sacrilidad de la persona humana.
Pienso que el solo hecho de escribir me compromete con Dios, con mi patria,  con la historia y con mí tiempo,  es verdad que existe el escritor escapista vagando por allí con la mente desconectada, ya eso es harina de otro costal.

A decir verdad muchas veces me he topado con muros grandes y pese a los grandes desafíos he logrado pasar.
Mientras tanto apartando mis ojos de la vanidad sigo siendo una escritora de la vida en su largo camino cambiante e indetenible, con sus triunfos y sus tropiezos, escritora sensorial y del silencio, dueña del tiempo, convencida plenamente que cuando uno escribe busca vivir.

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