Nadie es profeta en su tierra
Escrito por Luis Fernández Moyano   
Domingo, 13 de Septiembre de 2009 09:12

altAsomado al balcón de palacio, en gesto como del Perón de los descamisados, suelta todo su rencoroso disgusto ante la burguesía, los yanquis, los colombianos y cuanto bicho de uña le es ingrato


Gabriel García Márquez, el Gabo para sus viejos amigos de Arataca, le confesó alguna vez en una entrevista a uno de sus multitudinarios periodistas que no escribía ni por la fama ni por el dinero – habrá que creérselo, siendo como es uno de los novelistas  más ricos y famosos del mundo - sino por mantener la fidelidad y el cariño de sus antiguos amigos del barrio.

Se lo creo. Los amigos del barrio y los padres suelen ser los críticos a los que más tememos. Y con los que jamás terminamos de aclarar las cuentas. Cuenta Winston Churchill, siendo ya el héroe victorioso de la batalla de Inglaterra, el primer ministro de mayor gloria y nombradía en la larga y gloriosa historia del Imperio Británico, premio Nobel de literatura y un mito viviente de la historia contemporánea, que en una ocasión, rodeado por la soledad de su despacho y cuando la luz del día se escapaba por detrás de las empalizadas de su casa campestre, que sintió la fantasmal presencia de su padre, muerto hace muchos años, y sintió la imperiosa necesidad de hablarle como a través de las cenizas del tiempo para sólo decirle, con humildad y mansedumbre: “Viste, papá. Yo sí era capaz de llegar a algo en la vida”.

Pienso en esas anécdotas estremecedoras al ver la iracundia, la malcriadez y la desesperación que brotan inconsolables del cerco de los dientes de nuestro caudillo máximo enfrentado a la escualidez de una convocatoria como de celebración de primera comunión en un parque de una urbanización marginal. Asomado al balcón de palacio, en gesto como del Perón de los descamisados, suelta todo su rencoroso disgusto ante la burguesía, los yanquis, los colombianos y cuanto bicho de uña le es ingrato, frente a una mini multitud de carajitos, turistas charter de la revolución roñosa, gentes amañadas para agitar banderolas y armar alharaca ante las cámaras, a ver si en sus barrios algún pariente o amigo los ve brincando como monitos de circo en pleno jardín de Miraflores.

¿Tanta viajadera, tanta vuelta al mundo en ochenta horas, tantos millones de dólares invertidos para pasear por la pasarela de Venecia, tanta suite a ocho mil dólares la noche y tantos pisos completos para la claque que le sigue los pasos para escanciar algunas loas, tanta aclamación en Trípolis, tanto abrazo con los dictadores más repugnantes del universo, tanta compra de tanques y cohetes de corto y mediano alcance, tanto encargo de toneladas de bombas lacrimógenas para llegar a un país en donde nadie es capaz de organizarle un sarao a las alturas de su insaciable megalomanía?

Con razón la carota de arrechera de Nicolás Maduro, convertido en una suerte de Buster Keaton de Miraflores. Junto al mandatario a punto de estallar de tanta papa frita y comida de hotel, una señora con un ramito de flores rojas moviendo su cabecita como esas tortuguitas tan queridas por los taxistas. Y en el otro extremo, la propia melancolía como de conserje oliendo a cocido madrileño en el rostro de la Sra. Cilia Flores.

A falta de guitarra eléctrica que romper por los pisos, no le quedó más remedio que quitarse la corbata y tirársela a la escuálida multitud venida a un circo pobre y desangelado. ¿Qué supo, qué le contaron, de qué se enteró como para estar tan descompuesto? ¿Sería el Sr. Morgenthau o las cifras del Sr. Seijas?

Triste destino el que se avizora en su horizonte. Nadie es profeta en su tierra.


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