No nos engañemos, el documental de Oliver Stone sobre Chávez: "Al sur de la frontera", puede ser muy beneficioso para la revolución bolivarista y, correlativamente, muy perjudicial para la causa de la democracia venezolana. Aún no lo he visto, pero si tiene siquiera una parte del poder propagandístico de "Comandante", el docudrama de Stone sobre Fidel Castro, entonces contribuirá a proyectar una imagen idílica y justiciera de la satrapía venezolana.

Amén de la buscada espectacularidad de su lanzamiento en el Festival de Venecia, el documental se mercadea no como la biografía personal del señor Chávez, sino como el retrato de la realidad suramericana en el cual la figura del mandatario miraflorino surge como una especie de respuesta natural a la inveterada explotación de esta parte del planeta. En otras palabras, un tributo al mito del buen revolucionario que, se sabe bien, tiene su magia persuasiva entre las audiencias del supuesto "primer mundo".

Acaso el objetivo publicitario sea el que un español, un danés o un canadiense lleguen a pensar lo siguiente: "sí, cómo no, ese Chávez tiene sus excesos que lo hacen criticable para nuestro modo de gobierno democrático, pero en cambio está requete bien para esos pobres países, tan oprimidos y olvidados, que sí necesitan un caudillo fuerte que los saque del atraso y la pobreza". Un mensaje, además, profundamente frívolo y discriminatorio que no es ajeno a cierto tipo de izquierda-caviar que pulula en París, Londres o Hollywood.

El documental del archiconocido Oliver Stone de seguro que tendrá una profusa exhibición. Si el de las irlandesas sobre el 11-A --otro monumento a lo tendencioso informativo-- lo pasaron hasta el Groenlandia, no es difícil imaginar el dineral que gastará el régimen para transmitirlo a lo largo y ancho del orbe.

Recuérdese que esta iniciativa de propaganda política no está pensada ni dirigida al público venezolano o de nuestra región; está concebida para ambientes donde no abunda ni la información ni el interés sobre nuestras realidades, y no es tan difícil, por ende, conseguir una reacción favorable ante productos publicitarios de marca reconocida --Oliver Stone, y de contenido sugerente: la revolución de la justicia en el Caribe tropical....

En Venezuela, algunos comentaristas le han restado importancia al asunto, y más bien han ironizado sobre su calidad fílmica o su tergiversación de la realidad. Okey, está bien. Pero nada de eso ayudará a contrarrestar el efecto nocivo de este documental para la lucha por desenmascarar y superar a la neo-dictadura bolivarista, por lo menos en distintos ámbitos internacionales.

Lo que se necesita, y no tanto por el daño de Oliver sino por la exigencia del sentido común, es que los cineastas venezolanos se esmeren en realizar una pieza sencilla, veraz, elocuente y persuasiva, que ayude a comunicar masivamente la trágica realidad venezolana, los ropajes goebbelianos en que se la disfraza, y la férrea esperanza de un pueblo que se  resiste a la esclavitud de boinacolorá.

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