La guerra verbal entre Chávez y Uribe, reinserta en Latinoamérica, la triste historia de una simbiosis necesaria de dos caudillos reeleccionistas que mutuamente alientan y estimulan sus respectivas popularidades en el exhibicionismo mediático, con sus muy peculiares características. El colombiano es académico, pausado, profundamente equilibrado, culto, que maneja el cinismo con la finura del más brillante diplomático, no desperdicia escenarios, oportunidades ni palabras, pero además, está asesorado en materia nacional e internacional por equipos multidisciplinarios de óptima preparación.

El presidente Chávez, aun cuando se jacta de ser ávido lector (pretendiendo calcar a Fidel Castro), no evidencia ninguna formación intelectual y académica, ni siquiera de mediana categoría. Ególatra y mal educado, usa el bastón del petróleo y un exhibicionismo inusual en nuestros presidentes. No coordina sus expresiones e improvisa visceralmente en la materia que sea, pretendiendo ser un enciclopedista, pero fallidamente mostrado. Su pretendida autosuficiencia y locuacidad no convence, y le hace perder respetabilidad en propios y extraños; lo utilizan.

Bajo estas premisas, ambos dividen a sus pueblos entre alabanzas y odios, pero al final del camino, existe en Colombia un sentido de patria, que ni décadas de guerra civil borra; los colombianos se identifican con su país estén donde estén y en las condiciones que estén.

Pero es bueno recordar que por encima de la retórica y política, Colombia fue y sigue siendo una amenaza para nuestro territorio. Diplomáticamente nos han vapuleado históricamente y nos han despojado de parte de nuestra geografía y las aspiraciones aún subyacen con la apetencia del Golfo de Venezuela. Esa realidad no la manejan Chávez ni los chavistas, enfrascados en dividir a los venezolanos con odios cada día más abismales, en una retórica estéril, improductiva.

Lo que tenemos en juego con las bases colombo-gringas va más allá, y es diferente a lo que el Presidente vocifera.