Desde hace varias semanas incubo una triste convicción que hoy quiero hacer pública: esto terminará mal. Lo sabe mi esposa, a quien se lo repito todas las mañanas y algunos amigos periodistas. No puede ser de otra manera. Hace ocho años, en vísperas del golpe de Estado de abril de 2002, se aprobó en primera discusión la Ley Orgánica de Educación, que contaba con el visto bueno de todos los sectores del país. La versión que se aprobó en agosto último, en cambio, echa por tierra los acuerdos alcanzados entonces. Hay algo peor: desconoce a los venezolanos que se oponen a su contenido.

Ya lo dijo el ministro Diosdado Cabello en un insólito mea culpa cuando comandó el arbitrario cierre de 34 emisoras de radio: en 2001 el chavismo pactó con sus contrapartes para aprobar “leyes neoliberales”. Que era hora de profundizar la revolución legislando para los nuevos tiempos. En realidad ese eufemismo es una sutil manera de sugerir el exilio a quienes no comparten el delirante proyecto de Hugo Chávez. Acuerdo y pacto son dos palabras proscritas en el diccionario del chavismo.

Los nuevas leyes, en especial la Ley de Procesos Electorales, que faculta al CNE para armar nuevas circunscripciones electorales que fortalezcan el poder del gobierno, pretenden empujar a la oposición a plantearse otras salidas. ¿Un cuartelazo como el de Honduras? No es el tiempo de golpes militares, como diría Miguel Ángel Bastenier.

Reviso el tono general de esta columna y advierto un tono trágico. No puede ser de otra manera. Se está deshilachando la fina cuerda por la que estamos caminando. Pero este país es tan impredecible que no me extraña que detenga su loca carrera hacia la muerte al filo del acantilado.

Fuente: Poder360