Sentimos un legítimo orgullo cuando los estudiantes demostraron gallardía, entereza, voluntad y ensoñación en los eventos del 22 de agosto, ocupando la primera línea de la multitudinaria protesta, sintiendo el aliento próximo y pestilente de la represión

Nos despertó la algarabía del vecindario que todavía presume de sus nobiliarias credenciales de clase media, reportando el triunfo de la venezolana en el concurso internacional de belleza. Se ha dicho que Osmel Sousa expresó públicamente sus dudas, a escasos minutos del evento, resignado al empleo de agua mineral para tratar de conservar el peinado de la joven concursante.

Venimos del mismo yunque cultural del petróleo, la telenovela, el hipismo y el celebérrimo “Miss Venezuela”, incluyendo al particular socialismo cursante. Sin embargo, ojalá podamos jerarquizar adecuadamente la reciente noticia, por la visión del mundo que comporta: cada quien es libre de identificarse con lo que desea, pero nos resistimos a aceptar que el destino compartido dependa de las banalidades o frivolidades que nos trajeron a este angustioso presente.

Muy linda la ganadora, merece todo nuestro respeto personal, aunque proviene de un concurso que nos permite dudar que un tabique nasal o unas nalgas pertenezcan originalmente a sus portadoras, disfrazando a niñas de modelos más adultas. Ocurre que no es ni serán más importantes y decisivas que las muchachas y los muchachos tan valientemente firmes en la protesta callejera.

Sentimos un legítimo orgullo cuando los estudiantes demostraron gallardía, entereza, voluntad y ensoñación en los eventos del 22 de agosto, ocupando la primera línea de la multitudinaria protesta, sintiendo el aliento próximo y pestilente de la represión. Ilustran los pasos adelantados por un movimiento que despertó abierta y masivamente, apenas uno o dos años atrás.

Hay una mayor madurez, porque no dependen del vedettismo que contaminó a algunos de sus dirigentes tiempo atrás. Ganadas por la vanidad televisiva, hubo individualidades que literalmente se exhibían en los actos de la oposición como celebridades capaces de democratizar sus sonrisas y de fotografiarse en los celulares ajenos.

La muchachada que una y otra vez contrasta con la burocratizada, privilegiada y alienada del oficialismo, asume una conducta más cónsona con los tiempos que se viven, sin que olvidemos la que silenciosamente trata de debatir los problemas fundamentales del país e incursiona febril en las redes sociales. Es necesario fundir ambas expresiones, la que piensa y la que hace, para contribuir a los cambios de profundidad que deseamos los venezolanos, muchísimo más allá del derrumbe democrático del chavezato.

Una fuerte aleación de voluntades, nos permitirá superar no solo al chavezato, sino las condiciones que lo hicieron posible. De modo que aspiramos a una sociedad libre, en la que cada quien disfrute de la dosis necesaria de banalidad o frivolidad, pero no sobrevive o sobrevivirá la que convierte el dato en un fundamento. Muy bien, srta. Stefanía Fernández, pero ¡vivan los estudiantes!