La trampa de la paz
Escrito por Víctor Maldonado C. | X: @vjmc   
Lunes, 10 de Agosto de 2009 21:29

altEn este momento el gobierno mantiene abiertos y activos varios frentes de conflicto. Los medios de comunicación independientes, la libertad de expresión, la educación privada, la autonomía universitaria, el régimen electoral y la libertad de empresa. Además está subiéndole el tono a la crisis bilateral con Colombia.
Mientras todo esto ocurre los venezolanos todavía no han actuado. Es cierto que hay que ser sordo e insensible para no sentir la indignación nacional, pero eso no basta. También lo es que estamos dando la batalla de las encuestas, y que la mesa situacional de palacio ha advertido un desplome en la popularidad del presidente a causa de la brutalidad de la acción. Por lo visto, la unidad nacional se ha expresado en el repudio universal a la abortada –por ahora- ley de delitos mediáticos y a la infame conducta de Lina Ron y sus secuaces en Globovisión.

Todas estas indignaciones son necesarias pero no suficientes. Baste ver el patrón dominante del gobierno para advertir que estos repliegues son tácticos, que ya volverán con la insistencia de amordazar definitivamente al país y que si lo permitimos volveremos a ver a la pandilla del UPV transitar raudos e impunes por las calles de Caracas. No debemos confundirnos, el presidente recula y espera una mejor oportunidad como tantas veces lo ha hecho, dando tiempo a que otra equivocación de la sociedad democrática le permita sacar nuevamente una ventaja.

Hay algo más. El presidente aprende de cada una de sus retiradas. Así como ya sabe que las marchas no le hacen demasiado daño sino que son una oportunidad para la catarsis de la clase media, con esta nueva crisis va a probar hasta donde somos capaces de llegar para defender todos nuestros derechos, o si como él lo tiene previsto, nos disolvemos en nuestra propia efervescencia con el pasar del tiempo, sin que nada demasiado grave ocurra.

Alguna vez Luis Alberto Machado advirtió sobre el peligro de caer en la trampa de la paz. Esa aspiración a resolver esta terrible situación por los senderos de la decencia y sin arriesgar la armonía y la concordia nacional. Ese anhelo de que esto se disuelva sin que tengamos que contar las pérdidas de lado y lado, y esa impostura tan pudorosa y recatada del viejo John Wayne, el sempiterno héroe de los western americanos, que se caía a tiros y a puñetazos sin que se le cayera el sombrero. Ese es el sueño de la sociedad democrática, que nos mantiene incapacitados para enfrentar el reto totalitario que tenemos por delante.

Pero ese deseo es absolutamente inviable. Este es un gobierno malandro, sin ninguna otra norma que las que se imponen desde la fuerza y la ventaja. Sin ningún otro vínculo que el botín petrolero, auspiciador  de inmensas fortunas fundadas en la corrupción más grosera, mientras el país se cae a pedazos. Un gobierno malandro, impulsivo, violento e incapaz de ser leal con ningún sector social. Sus relaciones son de uso y abuso, sus vínculos son desechables, y su discurso seductor es solamente una expresión de su gran capacidad para la manipulación. Por eso es que necesita todo el control y requiere de todo el silencio posible, porque la disonancia entre las mentiras que ellos profieren y la realidad son tan grandes y evidentes que ya comienza a poner en peligro su estabilidad en el poder.

Con este gobierno no hay tregua posible. No hay paz que se pueda plantear. Ellos han propuesto una relación con el país decente que está formulada en términos de vida o muerte. O ellos, o nosotros. Y es bueno saberlo y reconocerlo de una vez por todas porque frente a esta situación no queda más remedio que pasar a la acción y conducir políticamente toda esta indignación con el fin de conferirle la racionalidad estratégica que ahora no tiene.

Que cada quien asuma una porción del liderazgo que se necesita. Desde las urbanizaciones y barrios, desde los sitios de trabajo y las iglesias, desde las escuelas y cuando estemos en las calles. Transformemos esta crisis en una movilización permanente contra este gobierno opresor. Hay que tomar las calles y llenarlas de protestas. Hay que exigirles a los titulares de todos los poderes públicos que cumplan con su deber y se atengan a la norma constitucional. Y sobre todo no hacerle el juego al silencio que ellos quieren imponer. Callar es traicionar nuestro propio destino. Callar ahora es asesinar todas nuestras posibilidades de seguir siendo libres.


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