TEM
Escrito por José Rafael Revenga | @revengajr   
Lunes, 01 de Marzo de 2010 07:36

alt(especial www.opinionynoticias.com) Hace ya un mes que desapareció Tomás Eloy. Cuentan que asumió su prolongada enfermedad del mismo modo que narraba sus vivencias: una amalgama de detalles descriptivos propios de un experimentado reportero


“Aunque a la palabra se le impongan cerrojos y diques, se seguirá abriendo paso como el agua, fortalecida por la adversidad.”   

TEM en ocasión  del Premio Internacional de Periodismo Ortega y Gasset, mayo, 2009

Hace ya un mes que desapareció Tomás Eloy. Cuentan que asumió su prolongada enfermedad del mismo modo que narraba sus vivencias: una amalgama de detalles descriptivos propios de un experimentado reportero con un don excepcional de imaginar relatos. En sus últimos días, cuando soñaba en escribir un ensayo sobre el oficio de narrar que sería subversivo, le dijo a un amigo: "El periodismo y la literatura de ficción son para mí lo mismo".
Pocos años antes aclaraba: "Corregir la realidad, transfigurarla, disentir de la realidad, ya ha sido siempre uno de los deseos centrales del narrador… Escribo para explorar los límites entre lo real y lo ficticio".  

¿Realidad ficticia ó  Ficción real?
De allí que su narrativa, inédita fusión de realismo y de ficción, le permitió adentrarse e intentar comprender el enigma de la realidad fascinante y  menos transparente del mundo: la del pueblo argentino ("la Argentina es un cuerpo de mujer embalsamada") y por no decir también la nuestra ("pocas tierras han sido tan pródigas en desencuentros como Venezuela").  Una dimensión en la cual la ficción se hace más real que lo mero descriptivo y éste se revela como cristalización de lo imaginario.  
Un ejemplo muchas veces mencionado es la frase atribuida a Evita por su novelista, cuando ella encuentra por vez primera a  Juan Domingo Perón en  enero de 1944 en un Luna Park en Buenos Aires: “General Perón, gracias por existir”.
Los lectores la han hecho suya como dicho histórico y resultante de una anotación testimonial. Y en verdad, así la han convertido no solamente en verosímil sino en verídica. ¿Y por qué no han de tener razón? El cuento existencial del asombroso impacto de la relación histórica entre los dos protagonistas no sólo puede resumirse en dicha actitud de agradecimiento, sino que ella es la generadora de los acontecimientos que le siguieron y del misterioso realismo imaginario que impregna al colectivo argentino y que algunos han calificado de psicosis.  
Importa bien poco que, para el momento del primer encuentro de la pareja, Perón era coronel y no general. ¿No habría de serlo poco después? Y obviamente, para ese momento Evita no era “santa” pero ¿no habría de serlo más tarde y para siempre?
Y si el encuentro realmente tuvo lugar en algún Luna Park a los pocos días de un devastador terremoto ¿qué circunstancia más favorablemente fantasiosa para la increíble historia que habría de seguir? Y de no ser así, toda la vida real  de la pareja y su inagotable metavida, que se prolonga en el ánimo de los argentinos y en la captación de su persona, que hacen suyas los lectores de la obra de realismo-ficción de TEM, son en verdad imaginaria propias de un Luna Park interminable. El autor de la ficción pasa a ser el acucioso reportero de su criatura. Evita, en su realidad vivida históricamente, fue tan irreal que sólo una irrealidad narrativa e interpretativa es capaz de convertirla en realidad para todos y para ella misma. Si Evita se mirara en un espejo vería a la Evita de TEM.


La Creación de Santa Evita
El propio TEM nos cuenta del duende que lo envolvió mientras creaba a Evita la “santa”:
“Hubo un momento en que me dije: Si no la escribo, voy a asfixiarme. Si no trato de conocerla escribiéndola, jamás voy a conocerme yo. En la soledad de Highland Park, me senté y anoté estas palabras : ´Al despertar de un desmayo que duró más de tres días, Evita tuvo al fin la certeza de que iba a morir´.“

En otra ocasión, TEM describe el proceso  que dio lugar a “santa Evita”: “Así voy avanzando, día tras día, por el frágil filo entre lo mítico y lo verdadero, deslizándome entre las luces de lo que no fue y las oscuridades de lo que pudo haber sido. Me pierdo en esos pliegues, y Ella siempre me encuentra. Ella no cesa de existir, de existirme: hace de su existencia una exageración”.

En la novela, el coronel Eugenio Moori Koenig, encargado de esconder el cadáver, que después de unos diecisiete años de trashumancia secreta por Europa aparece en el apartamento madrileño de Perón en 1971, le dice al Dr. Ara, su embalsamador:

“No es el cadáver de esa mujer sino el destino de la Argentina. O las dos cosas, que a tanta gente le parecen una. Vaya a saber cómo el cuerpo muerto e inútil de Eva Duarte se ha ido confundiendo con el país. No para las personas como usted o como yo. Para los miserables, para los ignorantes, para los que están fuera de la historia. Ellos se dejarían matar por el cadáver. Si se hubiera podrido, vaya y pase. Pero al embalsamarlo, usted movió la historia de lugar. Dejó a la historia dentro. Quién tenga a la mujer, tiene al país en un puño, ¿se da cuenta? El gobierno no puede permitir que un cuerpo así ande a la deriva”.

Recordemos que mientras Evita agoniza en julio de 1952, el pueblo la acompaña día a día en su delirio en la Casa Rosada en la Plaza de Mayo. La Cámara de Diputados la proclama “Jefe espiritual de la Nación”. Su velatorio dura más de dos semanas, ya que millones de personas  desean despedir sus restos físicos.

TEM y el Gabo
TEM, buen amigo de “Gabo” desde los ´60s y quien lo invita a fundar un periódico junto con Rodolfo Terragno y Juan Fresán, con la recompensa del Premio Nóbel recibido en 1982,  recordaba con frecuencia que GMM solía decir: "Los hechos no son como fueron sino como uno los recuerda". Tomás da un paso más allá y hubiera podido decir: “Los hechos son engendrados por la imaginación de sus autores, la realidad es sólo un envoltorio aparente”.
El diario proyectado—El Otro—sucumbió a los pocos meses, a causa del “realismo mágico”  efervescente en la cabeza de GGM, quien le razona a TEM:
“Anoche no pude dormir porque la trepidación de las rotativas que compraremos el próximo mes me está volviendo loco—solía decir—. Y la noche antes me la pasé soñando con una novela en la que un hombre de setenta años consigue por fin ir a la cama con la mujer de sesenta y ocho de la que está enamorado desde que tiene uso de razón. Si supiera cuáles van a ser los nombres de esos viejos, ya la estaría escribiendo”.
Y TEM relata el final del cuento: “A fines de septiembre dijo que había encontrado el nombre perfecto para el viejo de su historia, Florentino Ariza, y a comienzos de octubre anunció, exultante, que por fin había dado con el título. Se llamaría El amor en los tiempos del cólera. Cuando leí al fin ese libro en la edición amarilla de Oveja Negra, supe que habíamos hecho lo correcto. El Otro hubiera sido un diario de tantos. La novela, en cambio, era única”.
“Ninguno de nosotros volvió a mencionar El Otro desde entonces. Fue una historia de amor, pero no de las verdaderas. Nunca es verdadera una historia de amor que no deja ninguna melancolía”.
Perón y su novela
A su vez, TEM se dedico a completar La novela de Perón, que aparece por entregas en una revista y como libro en 1985. El libro es una mezcla de entrevistas sostenidas el exiliado en Puerta de Hierro en Madrid en 1971 y 1972 y el recuento de un viejo dictador al cual el destino lo empuja a contracorrientes suyas a una segunda presidencia que dura unos nueve meses durante 1973 hasta el primero de julio de 1974.
“Todo relato es, por definición, infiel. La realidad, como ya dije, no se puede contar ni repetir. Lo único que se puede hacer con la realidad es inventarla de nuevo”.

TEM y Carlos Fuentes
En un breve artículo magistral—El balcón que volvió del pasado—, TEM rememora, dos meses antes de su muerte, su primer encuentro con Carlos Fuentes, ocurrido cuarenta y siete años antes en Buenos Aires:
“Tantas veces he contado cómo conocí a Carlos Fuentes a fines de la primavera austral de 1962, en un balcón de Buenos Aires vencido por los años, que ya la anécdota se ha convertido en una leyenda con la que el tiempo hace lo que quiere. A veces la vuelvo a oír tan desfigurada que me pregunto si de verdad estuve en ese balcón, y si todos los que coincidimos allí éramos tan jóvenes y felices como se empeña en creer nuestra memoria.
“Por eso, cuando Fuentes volvió a pasar por Buenos Aires a fines de este noviembre, le propuse que recuperáramos el balcón para mostrárselo a Silvia Lemus, su esposa. Nos costó dar con él porque no encontrábamos balcón alguno que amenazara precipitarse sobre la calle… [Fuentes] contó que los invitados éramos unos quince o veinte: escritores, músicos, actores de cine. Yo carecía de méritos para estar entre ellos: desde hacía un año no era ya crítico de cine del diario LA NACION, sobrevivía colaborando con Augusto Roa Bastos en los diálogos de sus películas y escribía desde la medianoche hasta el amanecer una novela que nunca terminé”.
…“Creí que el encantamiento se había disipado para siempre hasta que muchos años después, hacia 1998, la historia salió de su letargo y reapareció con las mismas melodías del pasado. Una mañana de otoño, cuando caminábamos con Fuentes por una calle cercana a Gramercy Park, en Manhattan, descubrimos al mismo tiempo, en el décimo piso de un edificio de los años 20, varios balcones abombados, de mampostería, que parecían colgar peligrosamente sobre el abismo”.
…"Esos balcones -dijo Fuentes-, ¿no son exactamente iguales al balcón de Buenos Aires donde toda la literatura latinoamericana se enamoró al mismo tiempo de las espaldas de mujer más hermosas del mundo?" No eran iguales (los de la avenida Quintana son rectangulares), pero la invocación bastaba para que la escena de treinta y seis años antes volviera intacta a mi memoria. Recordé el lugar, recordé la luz dorada del atardecer, la tierna brisa de noviembre que acariciaba la ciudad”.
… “Declinaba, como dije, la primavera de 1962. Fuentes acababa de llegar a Buenos Aires luego de asistir al Congreso de Intelectuales, organizado por la Universidad de Concepción, en Chile, donde había deslumbrado a colegas cuyo lenguaje habitual—entonces como ahora—es el lenguaje del desdén. Serían las siete, tal vez las ocho de la tarde. El crepúsculo tardaba en volverse noche. Fue entonces cuando vimos pasar, bajo esa luz imprecisa, a la mujer con las espaldas más hermosas del mundo. Éramos (yo no lo sabía) huéspedes de su casa. La mujer había enviudado un año antes del investigador médico Carlos Galli Mainini…”
…”Fuentes recuerda las espaldas de la viuda con tanta nitidez como yo: el dibujo suave de las venas bajo la piel traslúcida, el coqueteo de los bucles dorados sobre las orejas. Tenía un pelo largo, fino y melodioso, que se plegaba y desplegaba al compás de sus movimientos, como el telón de un teatro prodigioso. Las espaldas, que el vestido dejaba al descubierto, son difíciles de describir: sensuales, cálidas, inolvidables”.
… “Cuando caminamos con Silvia Lemus [esposa de Carlos Fuentes] en busca del balcón, alcé los ojos, volví a ver las luces de aquella tarde de primavera, y detrás de las celosías reapareció la espalda después de su largo exilio en el paraíso. Reconocí el pelo de lluvia de la viuda bellísima, las nubes tiernas de su nuca, el perfil huidizo que temí perdido para siempre. Y en silencio le di las gracias por los dones de una memoria que seguía dentro de mí, por los amigos de aquel día, por las novelas y las películas con que me enriquecieron la vida”.
“La historia de los hombres se escribe con esos fragmentos hechos de viento. Siempre hay un instante de la vida en el que volvemos a ser lo que fuimos o en el que somos, misteriosamente, lo que nunca pudimos ser”.

EL  FINAL

TEM deja una recopilación inédita de ensayos sobre literatura, y otra con sus muy difundidas crónicas y columnas sobre temas políticos. Además, tenía una novela sobre el Olimpo que quiso completar antes de su muerte. Se prevé la publicación de sus cartas y hay los materiales de investigación que dieron lugar a sus dos novelas sobre Perón-Eva.
De Susana Rotker, brillante pensadora, autora y compañera suya, a quien conoce en 1978 en Caracas, TEM escribe, a pocas semanas de su trágica muerte en noviembre del 2000, causada por un accidente vehicular cercano a la Universidad de Rutgers, New Jersey, en la cual ambos eran profesores:
“Ella salvó a mi imaginación de los naufragios en que sucumbe a veces, cuando navego entre la verosimilitud y la exageración, y me dio la ternura que hacía falta para no desfallecer en esa empresa de Sísifo que es la escritura de cualquier novela, valga o no valga la pena… Habría dado todo lo que soy y lo que tengo por estar en su lugar. Me habría gustado verla envejecer. Habría querido que ella me viera morir”.
Ver los textos completos de Tomás Eloy Martínez:
“Santa Evita” en: http://www.scribd.com/doc/4014230/Martinez-Tomas-Eloy-Santa-Evita
“La novela de Perón” en: http://www.scribd.com/doc/20920693/Tomas-Eloy-Martinez-La-Novela-de-Peron









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