A punta de carajazos, el Gobierno ha decidido que se rindan homenajes, de forma contínua y continuada, al Che Guevara, el Guerrillero Heroico, el hombre que con no más de 60 combatientes, hace 42 años, quiso imponer, por las armas y contra la realidad boliviana

Desde hace más de tres años vivimos sumidos en una serie de contradicciones que si no fueran dramáticas, caerían en una suerte de comedias hilarantes. Contradicciones que nos deben preocupar porque no nos conducen a nada, sino al enfrentamiento y a tener la mierda revuelta, sin dejar nada constructivo. La primerita, y la que genera más tensión, es la de la dualidad postiza y que se viene dando a la fuerza, entre República y Estado. El Gobierno se ha propuesto, contra viento y marea, imponer el apelativo de Estado al espacio que ocupan nueve departamentos que tienen el nombre de Bolivia, en contraposición al de República, que se utilizó desde 1825. Más allá del simple cambio formal de palabras, sin duda alguna, todo este despropósito tiene un objetivo, ridículo, pero objetivo, finalmente; el Gobierno pretende borrar, con un trasnochado decreto, 184 años de vida independiente, para inaugurar una especie de feria de naciones aborígenes, a gusto de algunos antropólogos iluminados que viven con y en ch’aki permanente.

La segundita, a punta de carajazos, el Gobierno ha decidido que se rindan homenajes, de forma contínua y continuada, al Che Guevara, el Guerrillero Heroico, el hombre que con no más de 60 combatientes, hace 42 años, quiso imponer, por las armas y contra la realidad boliviana, el modelo cubano (más castrista que marxista). Su figura, icono con barba rala y cabellos al viento, está presente en casi todas las oficinas públicas, al lado de la fotografía del primerísimo, que luce el saquito que la Patiño cosió y un montón de medallitas fulgurantes. Una verdadera maravilla. Lo incongruente es que hasta hace tres años, las Fuerzas Armadas sostenían que Guevara era un forajido que se había atrevido a hollar el suelo patrio (República y Estado) y que fue eliminado por la verdaderísima institución tutelar de la patria. Hoy y ahora, esa misma institución, haciendo de tripas corazón y tragando sapos vivos, le rinde honores porque en el Estado Plurinacional todo vale.

La tercerita, que es la más actual y que todavía no se ha resuelto, si partimos del hecho que a Bolivia (República y Estado) la fundaron unos cuantos doctores dos-caras altoperuanos, sin intervención indígena de ninguna especie, a no ser como carne de cañón, es obvio que el primerísimo abomine y mire con desprecio a los protomártires y a su descendencia. Pero, frente a esa realidad, hoy por hoy, en una situación que lo debe tener, por lo menos, inquieto, el primerísimo está obligado, por esa investidura (de la República y del Estado), que sin la menor duda, de vez en cuando, debe pesar de a de veras, a venerar a los que desprecia. El 25 de mayo, en Sucre, el asunto pasó entrepapelado, pues las autoridades chuquisaqueñas tuvieron el mal tino, por rencillas típicas de cocina, de no invitarlo. Y le obsequiaron, en bandeja, la posibilidad de rendir un homenaje, en una población rural perdida en las montañas, a unos caudillos indígenas, que nada tenían que ver con la fecha que se estaba conmemorando. Pero el 16 de julio se le viene encima con un sabor amargo y un tufillo molestoso. Murillo, Indaburo, Graneros, Catacora, Huici, Mercado, Bueno, García Lanza, Medina eran bien mestizos, y la Junta Tuitiva y su Proclama son un claro resultado de su ingenio y pasión revolucionaria. No hay que darle muchas vueltas a la historia para comprender que la independencia de Bolivia (República y Estado) es creación de esa obra y no de otra, aunque ahora se pretendan tergiversar los hechos.

(*): Economista e historiador