Basta de hipocresías: lo que hicieron los militares hondureños merece nuestro mayor respeto. Cumplieron con lo que les ordena la constitución: obedecer a su ordenamiento jurídico y constitucional, salir en defensa de su Estado de derecho. Que si estaba en pijama o en calzoncillos, en calcetines o a pie descalzo, es completa y absolutamente anecdótico. Ante la HISTORIA con mayúsculas, no la rastrera y sinvergüenzona del teniente coronel,  cero importancia. Cumplieron con su deber: salieron de sus cuarteles por unas horas a poner orden ante un traidor a la constitución, al juramento ante la bandera y ante el pueblo que lo eligiera. Metieron en vereda a un corrupto dispuesto a vender su patria al diablo por unos barriles de petróleo. Mayor honra, imposible.

Lo dijeron los manifestantes hondureños con una claridad estratégica que inmensa falta hace en nuestras barriadas populares: más valen seis meses de aislamiento que diez años de castro-chavismo. Para qué hablar del medio siglo que se han calado los cubanos. Por creerle a un fabulador, parlanchín y mentiroso llamado Fidel Castro. Con otras palabras lo han dicho todos nuestros próceres: más vale morir de pie que vivir de rodillas. ¿Comparable una huelga de hambre por una causa justa que un plato de lentejas a la vera de Jorgito Rodríguez?

Por eso disiento de todos mis amigos de izquierda, que ponen un grito en el cielo porque a Mel Zelaya lo sacaron con viento fresco, pero no habían dicho ni pío mientras se sobajeaba con Hugo Chávez. Por eso no comparto la posición de quienes hubieran querido unos militares de guantes de terciopelo mirando incólumes como en sus cuarteles se impone el patria, socialismo o muerte.  Militares a lo Raúl Isaías Baduel, cómplices del atropello hasta que los atropellan a ellos mismos.

No, señor. Si a Mel no lo sacaban del juego, él sacaba del juego a los hondureños. Después del temporal viene la calma. La lluvia cae de arriba hacia abajo. No había otro modo.
Chapeau!