La novedad es el cambio leve de actitud de Estados Unidos, Europa, Japón, responsables de cerca de tres cuartas partes de la contaminación atmosférica y entonces del calentamiento global. Queda por ver en cuánto esa actitud afectó la conclusión de la cumbre mundial ayer en Italia, de cierta forma preparatoria de la ambiental de Copenhague a final de año, habida cuenta de las presiones mundiales para que se diera precedencia esta vez al punto ambiental y no al financiero, crucial ahora, ya al parecer superado lo peor, y más episódico que estratégico, de tenerse en cuenta lo irreversible del daño medioambiental.

Aunque sea pleonasmo, lo primero en lo global es fijar prioridades. En referencia a la ecológica, el ex primer ministro Blair habla de "una revolución que implica un gigantesco cambio de política". A E.U., por ejemplo, se le exige llegar a Dinamarca, corregida su negativa a incorporarse a los acuerdos de Tokio, viejos ya  de  doce años, de otra parte incumplidos por países comprometidos.

La realidad es que la opinión mundial es bastante pesimista porque los compromisos hasta hoy son muy 'gaseosos'. Según Moisés Naím, "la globalización ha aumentado la necesidad de que los países se coordinen, pero su capacidad para llegar a acuerdos ha disminuido", constatando además que poner de acuerdo a 200 naciones es inútil, si no lo logran las 20, o 14, y ya no solo 8, que conforman ahora la junta directiva mundial por así llamarla. La reticencia con medidas concretas ahora de potencias en ascenso como China, India y Brasil ilustra la confusión.

Lo cierto es que aumenta la dimensión del perjuicio y que le aparecen variables, una la denominada migración ambiental, o sea la gente que abandona su hábitat por fenómenos como desertificación, inundaciones, agotamiento de recursos; se cita el caso de la mitad de la población de Nueva Orleáns, afectada por la catástrofe del 'Katrina', que no ha regresado. La Universidad de Columbia calcula para el 2050 en 200 millones los 'ecorrefugiados'. Los desplazados por motivos diversos son hoy en el mundo 42 millones.

Como la mayoría de los problemas mundiales, el ambiental es otra prueba del cariz Norte/Sur de casi todos, no solo por responsabilidades en el caso de la polución, sino por exigencias de las soluciones, como la del desembolso de recursos. Por lo demás, obstáculos y decisiones se entrecruzan; el asunto demográfico tiene que ver con el consumo de energía, con el precio de los alimentos, con la escasez de agua, con el comercio... Para dar un caso: los recursos hídricos para alimentar a 9.000 millones de terrícolas en el 2050, teniendo en cuenta que la agricultura es la consumidora mayor de riego. Hay a la vez el aspecto político, el de siempre, y otro técnico; lo paradójico es que para muchos de estos desafíos montados unos encima de otros, se dispone de capacidad científica y desde luego financiera suficiente.

En la geoestrategia no solo crecen los riesgos sino la dificultad para resolverlos. Hay al menos más claridad sobre que no pueden manejarlos entidades como competencia o productividad y sobre que el agente de las soluciones son ya menos los Estados nacionales, como en la finanza donde están desbordados por capitales sin patria, como en lo ecológico, donde carecen de fuerza para oponerse a empresas multinacionales.

De ayer y hasta diciembre el mundo espera propuestas concretas,  unánimes, financiadas. La dependencia global no obstante tiene ventajas: así como lo que se deje de hacer en un frente lo resienten los demás, lo que se haga por uno beneficia a los otros, aun en cosas al parecer de alcance local, como lo que propone el presidente Obama con respecto al combustible de los automóviles. Y sobre todo: el ambiental es asunto lejos aún de la preocupación ciudadana cotidiana, para la que es algo remoto y fuera de su alcance.

Fuente: El Tiempo