América Latina y la OEA
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Jueves, 09 de Julio de 2009 07:14

altLos hechos puestos de manifiesto con el incidente hondureño son tan contrarios a la tradición diplomática de la región y tan ajenos al estilo de acción de la OEA, que parecieran formar parte de un guión de una novela de política ficción. Digno de ser desmentido por su absurda naturaleza si no estuviera acompañada por la flagrancia de los hechos

 

 

a Antonio Ledezma

“En el continente hay al menos siete gobiernos que no pasarían el examen de la Carta Democrática.  Venezuela entre ellos.”
José Miguel Insulza, Secretario General de la OEA a Teodoro Petkoff. Tal Cual, 6 de julio de 2009.-
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La afirmación es extremadamente grave. Y se convierte en escándalo cuando se constata que quien la profiere es nada más y nada menos que el personaje juramentado en su cargo de Secretario General de la OEA con el encargo de cautelar por que tal violación a nuestra Carta Democrática no tuviera lugar. Y se convierte en perversa confesión de una obscenidad, pues el mismo personaje, perfectamente consciente de esa aberración, no sólo nada hace por evitarla o combatirla, como sería su deber y su obligación,  sino que se pone consciente y deliberadamente al frente del avance de esas naciones – dirigidas por Cuba y Venezuela - en su proyecto de asaltar violentamente al resto de las naciones del continente, minar o neutralizar sus instituciones democráticas y entronizar regímenes totalitarios. Como ha pretendido hacerlo en el caso del eslabón más débil de la cadena,  Honduras, abandonada a la suerte de Hugo Chávez y sus secuaces ante el cómplice silencio de ese Secretario General, perfectamente consciente de la tragedia que se cocinaba en los fogones bolivarianos y asaltada de manera inclemente por naciones e instituciones regionales – Insulza a la cabeza – cuando a sus propias instituciones no les ha quedado más remedio que cortar por lo sano, destituyendo y desterrando al responsable por la entrega de la soberanía hondureña a los afanes bolivarianos, el ex presidente Manuel Zelaya. Para proceder post festum en el sentido contrario al que un elemental sentido común dictaría: en vez de respaldar la acción constitucionalista y democrática de sus instituciones, se la margina de la comunidad de naciones. En lugar de anteponer la diplomacia a la violencia de los hechos, se ampara una invasión  a un país aislado y condenado sin juicio precio por la comunidad internacional. Mientras tanto, se incorpora de facto a Cuba sin una sola contraprestación que apunte a la superación de ese modelo totalitario que viola desde hace cincuenta años todos y cada uno de los principios de la Carta. ¿Habrase visto acción más precipitada y errónea que la orquestada por el ex ministro de Ricardo Lagos, ex pretendiente a la presidencia de la república de Chile y por ahora obstinado candidato a la reelección del cargo que ocupa?


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Los hechos puestos de manifiesto con el incidente hondureño son tan contrarios a la tradición diplomática de la región y tan ajenos al estilo de acción de la OEA, que parecieran formar parte de un guión de una novela de política ficción. Digno de ser desmentido por su absurda naturaleza si no estuviera acompañada por la flagrancia de los hechos. Dicho en argot jurisprudente: a confesión de partes, relevo de pruebas. El secretario General de la OEA ha asumido la tarea de agredir y asaltar una nación que responde institucionalmente a la invasión de la neo dictadura venezolana – al frente de una alianza integrada por Venezuela, Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolivia - poniendo en acción sus legítimos mecanismos de auto defensa.  Y lo que es infinitamente más grave: lo hace con pleno conocimiento de causa, sabiendo que sirve a la destrucción de la comunidad democrática del hemisferio, falseando los hechos y movilizando a quienes en lugar de respetar la carta Democrática propician su sistemática violación.
Suena aterrador y parecería exagerado si los hechos no lo estuvieran demostrando: José Miguel Insulza contribuye consciente o inconscientemente  a la auto destrucción de la OEA. Y la conduce al abismo de su desnaturalización poniéndola al servicio de un proyecto ajeno a sus principios constitutivos, que agrede sus fundamentos y acarrea consigo el grave peligro de liquidar la democracia regional. Imposible de creer, si las pruebas no fueran tan evidentes. Y no las hubieran aportado los máximos responsables por “la operación Honduras”. Precisamente, Hugo Chávez y José Miguel Insulza.


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La inescrupulosidad política de Insulza pareciera no tener medida. Desprovisto del más elemental sentido de la ética, aquella que Rómulo Betancourt reafirmaba en 1963 ante John F. Kennedy para impulsarlo a defender y blindar las democracias representativas contra las pretensiones fascistas de Foster Dulles y el avance del castro-comunismo en América Latina, puede desprenderse de todo compromiso moral y actuar en el más brutal estilo de un Realpolitiker de la más rancia  escuela: anteponiendo el logro de una mayoría circunstancial para asegurar su reelección a cualquier precio. Prestándose a servir de comadrona al servicio del neo fascismo castro chavista. La perfecta combinación de los dos males que asediaban al continente hace más de medio siglo y contra cuya emergencia se creara el organismo multilateral, hoy maridadas en un solo proyecto estratégico totalitario: el fascismo y el comunismo, unificados en el llamado socialismo del siglo XXI.
¿Mueven a Insulza razones ideológicas, políticas o crudamente crematísticas? Cabe señalar en todo caso, y allí radica la tragedia de un continente en crisis, que independientemente de sus razones personales, la desnaturalización de la OEA que lleva a cabo impunemente sólo es posible por las facilidades que le conceden gobiernos democráticos en manos de la llamada Nueva Izquierda – Chile, Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay –, las ya conquistadas por el proyecto bolivariano: Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y las pobres naciones centroamericanas arrodilladas ante el Molok petrolero, hambrientas del subsidio venezolano. Ante la impotencia de Panamá, México, Perú y Colombia, las únicas naciones latinoamericanas todavía a salvo del virus bolivariano o en manos de gobiernos declaradamente enemigas del proyecto del teniente coronel. Es la tragedia de un continente empujado a la radicalidad ante la pusilanimidad o cobardía de sus élites y la complacencia de una comunidad hemisférica que ha perdido todo sentido de auto conservación. Exactamente como en los tiempos previos a la explosión del nazi fascismo en Europa.

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Es la cara latinoamericana de la guerra soterrada o abierta, librada bajo la inescrupulosidad del terrorismo, que libra el radicalismo talibán contra las tradiciones racionalistas, democráticas y liberales de Occidente, despertando la justa indignación de los sectores más lúcidos de la inteligentzia europea, expresada con inteligencia y valentía por Oriana Fallaci, que dejara su vida en la lucha contra la barbarie del integrismo musulman. Es la regresión del indigenismo, del populismo y del caudillismo militarista latinoamericano, travestido de socialismo y amparado en la debilidad congénita de las élites ante las lacras inveteradas de un continente que ha fracasado en todos los órdenes de su existencia: desde la pretendida conformación de repúblicas institucionales y civilistas hasta la imposibilidad de alcanzar el nivel de sociedades espiritualmente emancipadas, políticamente independientes y económicamente auto sustentadas. 
La crisis de la OEA, única razón que explica al fenómeno Insulza, debe ser comprendida como expresión de ese enfrentamiento global entre modernidad y regresión, que actualiza la clásica disyuntiva entre civilización y barbarie, hecha conciencia por el positivismo sociológico a comienzos del siglo pasado. La gravedad del mal radica en su letal persistencia. Cuando Rómulo Betancourt proclamaba la doctrina que llevara su nombre pretendiendo cerrar las puertas a las dictaduras en América Latina, hace medio siglo, creía clausurar un pasado ominoso y trágico. Cincuenta años después, el mal del caudillismo autocrático vuelve a entrar a la OEA a puertas batientes, aunque solapado y encubierto, travestido y enmascarado de socialismo revolucionario. Y a tal grado llega la impudicia de sus propulsores, que no trepidan en poner el estandarte de la democracia en manos de Raúl Castro, uno de los más sanguinarios dictadores de la historia caribeña. Y en la dirección de esa disonante agrupación de intereses a un ser carente de la más elemental moralidad política. Un zafio politicastro chileno. Así sus connacionales se resistan a comprenderlo.


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Hace unos años, cuando recién designado viniera por primera vez a Venezuela, resistí la tentación de augurarle muy malos tiempos y una muy mediocre gestión al frente de la OEA, víctima de la manipulación y sobre todo de la seducción del más nefasto de los venezolanos. Preverlo era de elemental inteligencia: le debía el cargo. Y le cobraría con creces. Debemos reconocer que no ha sido sino el instrumento de una grave decadencia moral, que da razón de que naciones de honorables tradiciones políticas sean gobernados hoy por mafias y grupos de intereses carentes de los más elementales principios.


No habrá regeneración de ese organismo mientras no haya hombres honorables que se ocupen de los gobiernos en él representados. Y ello no sucederá en tanto sus pueblos no reconozcan la necesidad de modernizar sus estructuras, superar sus atavismos, vencer sus prejuicios y liberalizar sus ideologías. América Latina está compelida a asumir la tarea de integrarse al proceso de globalización que hoy determina el curso de la historia, erradicar su estatismo paralizante y su clientelismo corruptor situando, de una vez por todas, al individuo emancipado de las viejas tutelas del mercantilismo y la estatolatría en el centro de la gestión pública. El tradicional enfrentamiento entre izquierdas y derechas, rémora de ideologías trasnochadas, debe dar paso al enfrentamiento entre modernidad y regresión, democracia y autoritarismo, individualismo y colectividad. Esfuerzo que requiere de todas las voluntades. Se verá entonces que las ideologías falsamente revolucionarias que hoy paralizan el avance hacia el futuro no eran más que las máscaras de la regresión y la barbarie.


El caso de Honduras, que se ha sacudido por la fuerza de la razón la tentación totalitaria, el de México y Argentina, que acaban de vivir importantes procesos electorales, el de Panamá, que reorienta su gestión de gobierno, y los posibles cambios presidenciales que podrían producirse en Chile, en Uruguay y en Brasil permiten presagiar una notable reorientación política de la región. Venezuela carga la terrible deuda de sacudirse cuanto antes la barbarie gobernante, que asfixia todas las iniciativas y coarta todo emprendimiento. Mientras en los países antes mencionados es posible el cambio mediante los mecanismos democráticos convencionales, la naturaleza dictatorial del régimen venezolano y la complicidad de los gobiernos sometidos a sus influjos corruptores permiten imaginar salidas constitucionales no consideradas en las agendas electorales manipuladas por el establecimiento. La huelga de hambre protagonizada por Antonio Ledezma, líder incuestionable de la oposición venezolana, da cuenta de importantes novedades en el quehacer político nacional. En ese mismo sentido e impulsado por la imaginación popular, no es descartable una gran rebelión civil que dé al traste con la neo dictadura militarista imperante.


Sólo entonces, cuando la región disfrute plenamente del aire renovador de la libertad y la justicia, será posible plantear la gran reivindicación pendiente: convertir a la OEA de club de presidentes en club de pueblos y ver representados en ella sectores y grupos sociales y no ambiciosos y corruptos politicastros.


Es un compromiso histórico.




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