Chile: la claudicación
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Jueves, 31 de Octubre de 2019 06:37

altUna lectura atenta y cuidadosa de las palabras expresadas por el presidente Sebastián Piñera, un empresario y político claramente situado a la derecha del espectro político chileno,

como en su momento Arturo Alessandri Rodríguez, con ocasión del cambio de gabinete, primer gran efecto político de las jornadas insurreccionales a los que aún no se le conocen saldos ni se reconocen autorías, y que todavía continuaban destrozando otra más de las 25 estaciones de Metro incendiadas y devastadas en los luctuosos sucesos a los que dicho cambio de gabinete pretendía responder, puede dar lugar a graves malentendidos. Chile, según el reclamo de los chilenos insurreccionados, aceptado sin discusión y asumido mansamente por el líder de la derecha chilena, no ha sido hasta ahora justo ni solidario, sino indigno y abusador, sin igualdad de oportunidades, colmado de privilegios, sin paz ni prosperidad. O, cuando menos, con muy bajos niveles de satisfacción. 

Me asombra, pues la imagen de que ha disfrutado el país sureño en la opinión pública internacional antes de estos lamentables sucesos reconocía y daba por bueno todo lo contrario: Chile era la democracia más sólida y estable, la economía más próspera y su pueblo disfutaba de las mejores condiciones en comparación con todos sus vecinos. No se diga de Cuba o Venezuela, hundidos en las profundidades de la peor miseria económica, social, política y cultural de su historia. Súbitamente erigidos en modelos a seguir por los satisfechos y hartos  protestantes chilenos. Y como todos los índices aceptados internacionalmente asi lo acreditaban, no cabían dudas al respecto. De ellos, el más importante y significativo me parece el que le reconoce el más bajo índice de pobreza crítica del subcontinente. 

De allí mi urgente pregunta: ¿qué justifica la plena aceptación por parte del presidente Piñera del torcido y sesgado diagnóstico de quienes justifican su barbarie desmintiendo con sangre y fuego la estricta veracidad del prestigio del que disfrutaba la sociedad chilena a nivel mundial? Por lo menos su colega Ricardo Lagos llega a la conclusión contraria. Lo hacen porque saciados y creyéndose habitantes del Primer Mundo de pleno derecho – desde luego: sin ninguna de sus obligaciones – exigen vivir bajo las mismas condiciones en que viven los ciudadanos del Primer Mundo. Un trágico malentendido, aprovechado por quienes, hundidos en el cuarto mundo, agraviados con una crisis humanitaria sin precedentes y más digna del quinto mundo, quisieran hacerse con el poder del país, malgré tout, más desarrollado del subcontinente. Para hundirlo en las mismas miserias, abusos e inquidades que sufre un cubano, un nicaragüence o un venezolano. ¿Darles la razón?

Los responsables del Foro de Sao Paulo y/o del Grupo de Puebla, el gobierno cubano y todos los partidos y organizaciones marxistas del continente y del hemisferio, que según consta de sus propios documentos y declaraciones públicas, han proclamado la necesidad de agotar los esfuerzos insurreccionales, incluso bélicos,  para proteger la sobrevivencia de la dictadura – prefiero calificarla de satrapía al servicio de la tiranía cubana - de Nicolás Maduro, de la que dependería, son sus palabras, la revolución mundial, han creído llegada la hora de arrasar con la democracia chilena. Uno de los artículos de la declaración del Frente Amplio, que agrupa a las organizaciones políticas de la izquierda radical chilena, el Punto Cuarto, llamaba a enfrentarse al gobierno de Sebastián Piñera “hasta sus últimas consecuencias”, incluso “al riesgo de dar la vida”. Los resultados del llamado no podían ser más contundentes: 26 estaciones de metro destruidas e incendidadas, numeros vagones consumidos por las llamas, comercios y negocios saqueados y, en fiel obediencia al reclamo del Frente Amplio, suficientes muertos como para demostrar la gravedad de los enfrentamientos. Chile, por primera vez desde tiempos de la Unidad Popular y Salvador Allende, era pasto de una impuesta y declarada guerra de clases. Sin que hasta ahora la justicia chilena haya tomado la menor medida persecutoria contra los responsables intelectuales de los crímenes cometidos. Cuyas imágenes y firmas de las órdenes insurreccionales constan en documentos públicos.

Sorprende del discurso del presidente Piñera la ausencia de toda referencia a los profundos y favorables cambios de las políticas económicas y sociales experimentados por la sociedad chilena, que gracias a la voluntad y la lucidez de los dirigentes que han encabezado la marcha política del país – de todos los partidos, de derecha, de centro y de izquierda, con excepción del Partido Comunista y del MIR - han supuesto una transformación profunda de la sociedad chilena, cuyos niveles de pobreza crítica se redujeron hasta un mínimo tolerable y cuyos niveles de bienestar  superaron los de todas las otras sociedades latinoamericanas. A tal extremo, que en un rocambolesco análisis de los causales de los hechos luctuosos de los últimos días, uno de los causantes de esa notable mejoría de los índices socioeconómicos chilenos, el ex presidente y líder de la izquierda socialista democrática, Ricardo Lagos, se permitió considerar que las protestas expresaban el nivel de bienestar de que disfruta la sociedad chilena, puesto que suponen la exigencia de un bienestar aún instisfecho, pero propio de los países del Primer Mundo. No habría, por lo tanto, ninguna comparación posible entre el estado de la sociedad chilena y el que se sufre en otros países de la región. Notablemente en Venezuela. Chile estaría mucho más cerca de Nueva York o de Paris, que de Caracas o La Habana.

No puedo comprender las declaraciones de Piñera sino como las de un hombre asediado, acechado y acorralado por las fuerzas insurreccionales de la izquierda y la ultra izquierda chilenas. Sin razones ni campo de maniobra como para responder a los ataques que sufre con la fuerza, el coraje y la templanza debidas, propias de un verdadero y legítimo estadista. Inexplicables sin comprender el contexto latinoamericano en que acontecen y las determinan, que han llevado al extremo de un enfrentamiento pre bélico y demuestran el extremo al que están dispuestos a llegar los miembros del Foro y del Grupo de Puebla, vale decir las organizaciones que obedecen las directrices y consignas del castrocomunismo latinoamericano, para imponer la revolución en la región. Pues, sesenta años después del asalto al poder en Cuba, el castrismo continúa terca y tozudamente empeñado en desatar la revolución marxista y su totalitario sistema de gobierno en todo el continente.

Los luctuosos y graves acontecimientos que ocurren en Chile no son causa de la desestabilización regional: son su directa consecuencia. Que luego de la porfiada y criminal disposición de Nicolás Maduro a no escuchar los llamados de su población, que reclama a gritos su renuncia de manera pacífica, democrática y constitucional, se aferra al poder a riesgo de desatar una crisis regional y hemisférica impredecible. Que Chile, el país más estable de la región, se preste de punta de lanza al contrataque del castrocomunismo bolivariano, asombra y desconcierta. Que sus élites hayan sido sobrepasadas y se encuentren a la deriva, es un trágico signo del naufragio de las fuerzas democráticas. Que luego del fraude boliviano y la victoria electoral del peronismo kirchnerista argentino auspicia los peores augurios. El mal es continental. Llegó la hora de entenderlo. 

 

 


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