De migrantes |
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | TW: @perezlopresti |
Martes, 24 de Septiembre de 2019 07:35 |
De hecho, si me preguntan cuál es uno de los resultados más trascendentes del proceso de cambios políticos que se iniciaron en Venezuela a finales del siglo XX y marcan el rumbo del país en el siglo XXI, diré sin ambages que se produjo una migración de de proporciones bíblicas. Ese es el epílogo y el legado de una manera de hacer política, incompatible con generar armonía en una sociedad. La autodestrucción como eje Hay unos cuantos ejemplos de sociedades que apostaron a la autodestrucción. El caso venezolano es y será ampliamente estudiado por las razones que llevaron a su actual “desenlace”. Fascinados por una figura carismática, de carácter militarista y groseramente populista, muchos fueron seducidos por un proyecto que prometía ni más ni menos que la revolución. De hecho, les cambió la vida a muchos en corto tiempo, pero de la forma más negativa que se nos pueda ocurrir. La otra extravagancia es haber apostado a la dicotómica visión de la existencia entre un supuesto modelo capitalista versus un socialismo ramplón que llevó a la ruina al país. Sumado a esto, debemos recordar la poca presencia de partidos políticos liberales, que en Venezuela han tenido expresiones muy tímidas y apocadas cuando se trata de controvertir a las tradicionales posiciones de la llamada izquierda y los partidos socialistas. La ausencia de un pensamiento liberal, sin complejos, que llame a las cosas por su nombre, es uno de los elementos que contribuyó a la catástrofe en la que se convirtió la fallida nación potencia suramericana. ¿Migrantes o turistas? Ser migrante es duro y requiere de gran valor. Significa llevar a cuestas el desarraigo y tratar de insertarse en otra sociedad, cuyos problemas, muchas veces, ni siquiera llegamos a comprender como colectivo. A veces escucho o leo a personas que opinan sobre el tema migratorio y sin dudas se los come la poca capacidad de miras que permite entender que se migra para salvar la vida, evitar morir de hambre o hacerse de una vida mejor. En términos generales, siempre he pensado, como migrante, que existen dos categorías: 1) “Los que se van” de Venezuela, o sea, aquellas personas que salen sin saber bien a dónde ni a qué, en condiciones presurosas en donde priva el principio de incertidumbre, sin planificación ni claridad acerca de qué es lo que buscan. Cuando alguien dice que “se va de Venezuela”, de alguna manera está escapando de su nación y el tamaño de la pena puede ser más difícil de sobrellevar. 2) “Los que van a” otro país y lo señalan como destino, generalmente en forma planificada, con claridad de objetivos de miras y pensando en algo puntual como meta en el lugar que los acoge. Es una posición en la cual no se improvisa y la persona no “se va de” sino que “va a”. Cuando uno va a un destino, está prefigurando una meta concreta y se está mucho más claro en relación a lo que se busca. Lo que no existe es la banal y frívola posibilidad de percibir al migrante como turista. Se migra por una gran necesidad. Del país de los locos Los venezolanos tenemos nuestras particularidades, las cuales se hacen más notorias conforme somos una diáspora abultada, cuya presencia genera potenciales cambios en cualquier sitio donde lleguemos. Procedentes de una de las naciones más ricas del mundo, somos una suerte de millonarios un tanto excéntricos caídos en desgracia. Al ser una migración mayoritariamente forzada, hay un malestar que recorre a muchos de mis compatriotas, lo cual es de esperar. Es muy raro verse obligado a abandonar su propia nación, con pocas posibilidades de plantearse la idea de regresar. Es un adiós permanente con la sociedad que una vez tuvimos y los valores y costumbres que llevamos en nuestro proceder de cada día. En lo particular, cada día que pasa, me deslumbran los prohombres que hemos creado y las extraordinarias manifestaciones de riqueza cultural que tenemos encima. De venezolanos ilustres está lleno el planeta. De xenofobia y otros entuertos La idea de progreso es la antítesis del parasitismo. Cuando en las sociedades prevalece la dádiva, el sujeto se debilita y es presa fácil de vendedores de espejitos. Hijo de migrantes y casado con una hija de migrantes, tal vez mi destino natural es migrar. Mi vida y los viajes han ido de la mano y si me tuviera que definir, diría que soy trashumante. De niño me llamaban “el musiuito” y la expresión “musiú, muerto de hambre” me acompañó durante la infancia. Bajarse de un barco proveniente de una Italia en ruinas, después de la Segunda Guerra Mundial, con la ropa que se llevaba encima como patrimonio, generó fuertes personalidades en mis antecesores. No se estaba haciendo turismo sino generando un futuro para la familia, lo cual siempre implica una gran voluntad. La premisa fundamental de que cada cosa se gana con esfuerzo y no esperar que nadie me regale nada son los pilares de las cosas que aprendí de mis ancestros.
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