El mundial nuestro de cada día
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Martes, 26 de Junio de 2018 00:00

altNo son todos los que están ni están todos los que son. Un sueño incumplido: la primera presencia oficial de nuestro vapuleado

y dilacerado país en un Mundial de Fútbol. Nos lo merecemos y creo que podríamos jugar un gran papel. Si las horribles tribulaciones, la profunda división que nos devora y la espantosa crisis humanitaria que sufrimos no constituyeran una losa insoportable. Es la primera respuesta que se me ocurre cuando se me interroga sobre la relación entre política y deporte en la era de la globalización. Hay países ausentes no por carecer de capacidad y talento futbolístico, sino por estar paralizados, consumidos y devastados por los conflictos políticos, las revoluciones y las guerras. Países en que la crueldad de intereses vampirescos impide el libre disfrute y la felicidad sana y recreativa de uno de los más bellos deportes inventados por el hombre. Y, por lo mismo, países condenados a la infelicidad.

Ha sido un mundial del que, en rigor la política ha estado ausente. Como no lo estuvo en otras oportunidades, por ejemplo cuando uno de ellos se celebrara en Argentina bajo la dictadura del general Videla. Y no deja de causarnos admiración ver el deslumbrante desarrollo de un país que fuera el centro mundial del totalitarismo marxista. Todos sus participantes son miembros libres de la comunidad internacional de naciones democráticas. Del que están ausentes las manchas más sórdidas de las tiranías imperantes: ni Cuba, ni Corea del Norte. Ni, justo es decirlo así nos duela, la tiranía mafiosa de nuestro Estado Forajido.

Se ha producido entre tanto, al calor de la globalización y la verdadera internacionalización técnica y tecnológica del deporte estrella, una asombrosa nivelación de las capacidades futbolísticas. Desapareció esa ominosa división establecida antaño por el nivel de desarrollo político, social y económico: las potencias futbolísticas de siempre – Alemania, Italia, Inglaterra, Suecia, Francia, Brasil, Argentina e incluso Uruguay – han visto derrumbarse su hegemonía. Y la conversión del fútbol en un negocio altamente rentable ha permitido que los equipos de las grandes potencias futbolísticas como España y Alemania, Francia e Inglaterra dispongan en sus plateles de las estrellas futbolísticas más rutilantes: los rioplatenses Messi y Suárez, en el Barcelona: el portugués Cristiano Ronaldo y el croata Modric en el Real Madrid y así, los mejores jugadores latinoamericanos, como los chilenos Valdés y Sánchez y los brasileños Neymar y Marcelo hacen vida en Europa. El fútbol se ha mundializado, si cabe el término. Convirtiendo en realidad factual la internacionalización social, política y económica de la sociedad global.

Es ese nivel de superación el rasgo más marcante y asombroso que este mundial ha venido a poner de manifiesto: un país sin ninguna tradición futbolística, como Islandia, ha sabido humillar al varias veces campeón y actualmente vice campeón mundial Argentina. México ha vencido en su debut al actual campeón mundial, Alemania, países que corren el serio albur de fracasar en su primera fase. Hoy por hoy nadie puede aventurar quiénes llegaran a las finales. Polonia, que ha sido tradicionalmente uno de los poderes futbolísticos europeos fue vapuleado por Colombia. Hasta ahora, ha sido una competencia de pronóstico reservado.

También asombra la igualdad racial y la superación de los chovinismos nacionalistas. Prácticamente todos los equipos europeos cuentan en sus planteles con afrodescendientes. Basta recordar el escándalo que supuso la participación y victoria de un ciudadano norteamericano de color en las olimpiadas alemanes de 1936 para constatar el avance arrollador que ha tenido la superación de prejuicios étnicos y raciales en el seno del deporte mundial y la sociedad global.

También me asombra la asistencia de decenas de miles de seguidores de sus respectivos países a los partidos jugados en los diversos estadios de Rusia. Son decenas de miles. El mundo se ha hecho infinitamente más pequeño que hace apenas unas décadas. Posiblemente, como nunca antes en la historia, haya países fuertemente castigados por esta verdadera revolución del deporte Rey: Argentina y Alemania, en primer lugar. Y emerjan nuevas luminarias. Entra las que ya se vislumbra México. Por lo demás, tampoco ha sido un mundial de iestrellas. Lo colectivo – el equipo – ha primado de manera avasallante sobre el individualismo. Messi, a pesar de ser reconocido como el mejor jugador del mundo, no ha logrado lo que en el pasado lograron grandes entre los grandes, como Pelé, Beckenbauer, Johann Cruyft o Maradona. Tampoco Lewandosky o Suárez.

"Llegará el momento de hacer el balance. Por los momentos, me parece que ha sido un mundial que ha revolucionado los parámetros futbolísticos habituales. Desaparecen los equipos grandes, Y lo que es muchísimo más importante: desaparecen los equipos pequeños. Democratizando las oportunidades. Y aún faltan las principales sorpresas. En medio del pesar, el dolor y la servidumbre, es un mundial que nos reconforta. Está en las pantallas. Y no hay dictadura que pueda censurarlo. Cuando llegue a su fin, volveremos al escarnio, el ultraje y los sufrimientos ya habituales. Esperemos que dentro de cuatro años, cuando se disfrute el próximo mundial, Venezuela haya regresado a la comunidad civilizada de naciones. Y tome lugar en él. Que Dios y la Razón nos ayuden.

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