El peligro llamado Obama
Escrito por Alfredo M. Cepero   
Martes, 08 de Septiembre de 2009 10:41

altTenemos la esperanza de que el pueblo norteamericano se  enfrente a este peligro llamado Obama con coraje y determinación.


Los norteamericanos que votaron por Barack Obama el pasado mes de noviembre  lo hicieron motivados por su promesa de cambiar la dirección de la política  norteamericana bajo la presidencia de George W. Bush. El pueblo  estadounidense, enardecido por una prensa antagónica a principios  conservadores y a nuestra cultura judeocristiana, votó por un cambio de  rumbo propuesto por un candidato carente de experiencia ejecutiva pero  poseedor de una dialéctica persuasiva y, hasta cierto punto, cautivadora. Lo  que no esperaban y, según recientes encuestas, parece que tampoco deseaban,  era un cambio en las estructuras de gobierno y en el control del mismo sobre  instituciones y procedimientos del mercado libre que han hecho de esta  nación la más próspera y poderosa del mundo.

Y eso es precisamente lo que está haciendo el Presidente Obama. En sólo unos  meses ha puesto en marcha un cambio drástico tanto en la forma de gobernar  como en el uso de sus poderes ejecutivos que nada tienen que ver con los  cambios genéricos prometidos durante las elecciones. Veamos. El candidato  Obama prometió, entre otras cosas,  transparencia en la gestión pública,  política bipartidista, reducción de impuestos para el 95 por ciento de los  ciudadanos, control de los gastos gubernamentales, retirada de Irak en  cuestión de meses y edificación de puentes de comunicación y armonía entre  las razas.

Después de todo él era síntesis de la unión de dos razas. Sabía que los  negros lo apoyarían de todas maneras por su identificación racial, calmaba a  los blancos con su retórica conciliadora y despojada de las recriminaciones  de los lideres negros tradicionales y les daba la oportunidad a las elites  intelectuales y financieras blancas de sentirse compasivas votando por un  candidato de raza negra. Para que todos lo entendamos: Obama mintió pero la  mentira jamás habría prosperado sin la cooperación de un pueblo que voto en  desafío de las advertencias y de la razón.

En el curso de la campaña política se alzaron voces advirtiendo del peligro  que representaba un candidato que había asistido por veinte años a una  iglesia donde el pastor Jeremiah Wright acusaba de genocidio y de racismo a  los Estados Unidos,  que había iniciado una de sus campañas políticas en la  residencia del terrorista que dinamitó el Pentágono, William Ayers, que  mantenía estrechos lazos de amistad con otro terrorista, el dirigente  palestino Rashid Kalidi, y que había sido asesor legal de la organización  militante negra ACORN, acusada en varios estados de fraude electoral y de  intimidación a instituciones financieras para forzarlas a hacer préstamos a  gente sin capacidad para pagar la hipoteca. Pero como antes en Cuba y en  Venezuela, en los Estados Unidos del convulsionado año 2008 “nadie  escuchaba”. Roguemos a Dios que los norteamericanos no tengan que pagar el  precio terrible de los cubanos y los venezolanos.

Y así llegamos a la presidencia de este eficaz comunicador, habilidoso  simulador y experto manipulador de multitudes en su carrera vertiginosa para  convertirse en figura idolatrada y líder indiscutido de la nación  norteamericana. En la aplicación de esa política de culto a su personalidad,  Obama ha violado todas y cada una de las promesas hechas durante la campaña.  Su promesa de transparencia fue violada cuando un congreso dominado por los  demócratas y amedrentado por la retórica agresiva de la Casa Blanca fue  forzado a aprobar sin siquiera leerlo un paquete de un supuesto estímulo  económico. Un paquete que, en vez de reducir el desempleo como vaticinó el  presidente, lo ha elevado a casi el 10 por ciento a nivel nacional y que,  según la Oficina Presupuestaria del Congreso, creará una deuda superior a  los cinco trillones de dólares.

Su prometida política bipartidista se ha hundido en el pantano de ideólogos  de la izquierda venenosa como Nancy Pelosi, Harry Reid, Henry Waxman, Maxine  Waters y Charlie Rangel, quienes han maltratado a sus colegas republicanos y  puesto en peligro el Plan de Reforma de Salud, buque bandera de la agenda de  la Casa Blanca. Todo ello ante la mirada indiferente de un presidente que,  por incapacidad o por malicia, se ha lavado las manos como Pilatos. Ahora  bien, estemos conscientes de que, detrás de su retórica conciliadora, Barack  Obama se encuentra a la izquierda de estos izquierdistas. De otra manera no  hubiera nombrado para cargos de alta responsabilidad a comunistas confesos  como Van Jones, promotores del aborto en la política de control de población  como John Holdren, admiradores de leyes fundamentalistas musulmanas como  Eric Holder y operativos al servicio de Fidel Castro como el ignominioso  Greg Craig, famoso por su entrega de Elian González al tirano de Cuba. No en  balde esta Casa Blanca ha sido tan complaciente con los Castro sin exigir  nada a cambio.

A mayor abundamiento, es importante destacar el apoyo del Partido Comunista  de los Estados Unidos a la candidatura del entonces aspirante a presidente  Barack Obama. En un comunicado a sus militantes con fecha 21 de marzo de  2008, el Partido los instó a que votaran por Obama manifestando: “Estas  elecciones pueden cambiar la dirección de los acontecimientos. Pueden ayudar  a establecer un sistema de salud universal, salvar el medio ambiente y
comenzar la restauración de nuestros derechos democráticos”. El mismo  sistema de proporcionar asistencia médica que ya mucho antes de ser  presidente Ronald Reagan denunciaba como una de las formas más eficaces y  malignas de control gubernamental sobre los ciudadanos. Y control es lo que  quiere Barack Obama.

De ahí el apuro del gobierno por la aprobación de un plan cuyas 1017  páginas fueron compiladas en distintas Comisiones del Congreso y que, dicho  sea de paso, tampoco han sido leídas en su totalidad por la mayor parte de  los miembros del cuerpo legislativo. Quién sí las ha leído es el Profesor  John Davis Lewis, de la Universidad de Duke, un hombre mas allá de toda  sospecha de agenda política partidista. Según Davis, el proyecto de ley  HR3200, que es el nombre legislativo del Plan de Reforma de Salud, enmienda  en forma genérica la Ley de Seguridad Social y se sitúa sobre ella, así como  concede al gobierno la potestad de determinar lo que constituye una  enfermedad que justifique tratamiento médico, al igual que el poder de  determinar quién puede ser admitido en un hospital. Y, en el colmo de la  violación de la doctrina y los procesos constitucionales, de ser aprobada,  esta ley no estaría sujeta a revisión por los tribunales de justicia. En  esta materia de salud, las decisiones del Secretario de Salud estarían por  encima de los fallos judiciales. Y en una  intrusión flagrante en las  operaciones de la empresa privada, los hospitales necesitarían un permiso  del gobierno para ampliar sus instalaciones.

Por otra parte, su cacareada rebaja de impuestos ha sucumbido ante los  aumentos en gravámenes sobre cigarrillos, bebidas alcohólicas y otros  renglones que castigan con mayor fuerza a las clases menesterosas. Y todavía  faltan los aumentos de impuestos para financiar el ambicioso, descontrolado  y hasta ahora desconocido Plan de Reforma de Salud.

Tenemos, sin embargo, la esperanza de que el pueblo norteamericano se  enfrente a este peligro llamado Obama con coraje y determinación. El mes de  agosto ha sido desastroso para los conspiradores que desde la Casa Blanca  quieren robarle las libertades y la individualidad a este pueblo donde no se  ha producido un solo golpe de estado en 233 años de república. En las  reuniones comunitarias conocidas como Town Hall Meetings han parado en seco  los intentos de aprobar sin discusión ni enmiendas el Plan de Reforma de  Salud. Al mismo tiempo, las encuestas recientes han arrojado una caída  vertiginosa en la popularidad del presidente, aún por debajo de todos los  presidentes en el mismo período desde que comenzaron estas consultas, con  excepción de un Gerald Ford que debió enfrentar el rechazo de haber  indultado a Richard Nixon.

Y los padres, enardecidos y preocupados por los intentos del gobierno de  manipular la mente de sus hijos, se han enfrentado a los planes del  presidente Obama de dirigirse directamente a los estudiantes en sus propias  aulas. Para colmo, después del discurso, se proponían asignar tareas a los  colegiales donde ellos contestaran como podían ayudar al Presidente Obama en  su labor de gobierno. Todo esto coordinado con un libro distribuido por el  Gobierno Federal en las escuelas norteamericanas titulado: “Barack Obama:  Hijo de promesa, niño de esperanza”. Dicha obra dice en parte: “Desde la  juventud de Barack Obama la esperanza ha vivido en su corazón. Desde su  niñez Barack supo que él no era como los demás y, con el tiempo, se dio  cuenta de que tenía la habilidad de inspirar esperanza y convertirse en lo  que estaba destinado a ser: Un puente entre los hombres”. Solo falta decir  Amén y una canonización de San Barack que haría innecesarias las  religiones  tradicionales. Un procedimiento explotado con éxito por personajes de la  calaña de Mao, Stalin, Castro y Saddam Hussein. Este último, como sabemos,  tocayo del presidente; pero con la suerte de no haber tenido que enfrentar a  un público informado y belicoso como el norteamericano.


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