Tongo le dio a Borondongo
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Miércoles, 31 de Mayo de 2017 07:14

altSi no tuviera perfecta conciencia de que la más imperfecta de las democracias, siempre infinitamente mejor que la más perfecta de las dictaduras,

debe comportar un porcentaje relativamente importante de antidemocratismo, pues la absoluta uniformidad de criterios, además de forjada y totalitaria en donde aparente existir, es imposible, no estaría dispuesto, como lo estoy, a dar por sobreentendido que la Venezuela que queremos y que pareciera encontrarse próxima al parto y en los albores de un luminoso amanecer estará obligada a arrastrar con el lastre de por lo menos “ese 5% histórico” que acechara durante cuarenta años a la espera de contagiar con su letal y devastador impulso tanático a la sociedad venezolana hasta hacerse con el Poder. Con una diferencia insoslayable: viene de regreso del infierno, ha dado pruebas concluyentes de su letalidad y quienes le sobreviven de entre su militancia en estampida habrán aprendido, esperemos que sinceramente y de buena fe, que el socialismo es la vía más rápida y segura hacia la ruina, la miseria y la catástrofe de la humanidad. Como dijera Churchill: el reparto igualitario y forzado de la miseria y el escandaloso enriquecimiento de sus cúpulas. Así por orgullo y porfía se vean en la obligación de negarlo. Y crean, también de buena fe, como lo han sostenido todos los socialistas del mundo a la caída del muro y la implosión de la Unión Soviética y la rebelión de sus países satélites, que el socialismo de Lenin y Stalin, de Kruschov y Gorbachov no era un socialismo verdadero, el único rostro posible del marxismo leninismo, sino “un socialismo derivado,impostado, estafador, engañoso”.

​Jean Francois Revel, otro de los notables conversos, ha escrito miles y miles de páginas denunciando esa imposturacon una lucidez, una documentación y un estilo inigualables. Ante los espantosos desastres, las hambrunas y multimillonarias mortandades y guerras mundiales causados por el socialismo real - sea el nacionalista de Hitler o el proletario de Stalin -, se aferran aún más al socialismo utópico, el del padre de la criatura, al de Karl Marx, al que salvan de toda impostura pues se encuentra a la vera del buen Dios, como nos lo comienza a confirmar el más reciente papa de la cristiandad. Siguiendo un muy extraño ciclo auto reparador: aplaudir el liberalismo que ha sobrevivido a las tragedias totalitarias hasta dejar pasar el vendaval de la verdad y volver a reivindicar el totalitarismo marxista en su más prístina esencia. El de El Manifiesto Comunista, el perfecto modelo para armar de las tiranías de última generación. Un socialismo de bibliotecas, de letras, espacios, puntos y comas,  ese destilado socialismo utópico que, como jamás ha dispuesto ni jamás dispondrá del Poder, está y estará libre de toda culpa. Per secula seculorum. Los únicos que existen y han existido son los únicos, doblemente culpables, “pues lo traicionaron”. Algo que los socialistas descubren siempre después que ese socialismo real ha implosionado. Nunca antes. ¡El rey ha muerto! ¡Viva el Rey!  Un proceso de restauración de su cadáver que en Europa no ha tardado más de dos o tres años en cumplirse. Véase a PODEMOS. La estupidez es tozuda. De lo contrario no sería eterna.

​Aquellos venezolanos a quienes les doy la bienvenido por anticipado a las filas de la futura democracia venezolana, que como dicho está sufriendo sus dolores de parto pues como diría el bardo cubano “la era está pariendo un corazón”, se encuentran según todas las evidencias recién en la primera fase del proceso de reconversión. Para todos ellos y ellas, Dios los bendiga, el culpable principal por este colosal desastre es el último de la fila: Nicolás Maduro. El verdadero socialista fue el primero, el iniciador, el que desde lo alto del mástil de la nave descubridora anunciara la Isla de la Felicidad a la vista, el socialista bueno: Hugo Chávez. Como está muerto, cuenta con el principal atributo de los muertos: es el inocente por antonomasia, no puede ser inculpado, pues los muertos son santos y como no tienen derecho a reclamo no pueden ser acusados. Están muertos. Es más: cabe perfectamente imaginar que ni siquiera es culpable de su muerte, pues no murió de muerte natural sino de muerte muy sobrenatural. Posiblemente inducida. Pues, como lo dicen sus aún adoradores, fue un socialista tan auténtico, tan original y tan bueno, que jamás hubiera hecho lo que ha hecho su impostor. Jamás se hubiera entregado atado de pies y manos a la tiranía cubana, como lo ha hecho su agente colombovenezolano. Y a la hora de la última verdad, cuando los demonios le apretaban el pescuezo, hubiera renacido en él el perdido amor por la patria. Una suposición tan menesterosa y absurda, tan jalada de los cabellos y tan contra natura, que la desmintió con su propia muerte: fue encantado de la vida a morirse bajo los cuchillos carniceros de los desalmados asistentes del médico legal jefe de la tiranía de la isla de la felicidad, el propio DoctorCastro. ¿No es prueba más que suficiente, necesaria? ¿O es que lo secuestraron?

​De allí esa extraña pirueta ideológica que llevo viendo y escuchando desde las agónicas postrimerías del comandante supremo. Quien en su tálamo funerario logró el colmo de los colmos: cederle en herencia la culpa de sus desatinos y el fardo de sus estropicios a Nicolás Maduro, resguardando para si la pureza de sus ideales entre las piedras del muñeco que hizo de muerto aquella aciaga jornada del 5 de marzo de 2013 en que supuestamente muriera y fuera inhumado en Caracas. 

​Deshilvanando la madeja de las culpas, lo único cierto es que la culpa se diluye en el tiempo. No es de Chávez. No es de Maduro. Es de Chávez. No es de Chávez, es de Fidel Castro. No es de Fidel Castro, es de Nikita Kruschov. No es de Nikita Kruschov, es de Joseph Stalin. No es de Joseph Stalin, es de Vladimir Ilich Ulianov, Lenin. No es de Lenin, es de Karl Marx. O como diría la gran Celia Cruz, máxima exponente de la filosofía política afrocubana: Tongo le dio a Borondongo, Borondongo le dio a Bernavé…

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