Chávez masacrado
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Domingo, 07 de Mayo de 2017 05:23

altInolvidables las imágenes de Stalin destronado, su cabeza rodando por los suelos, los ojos vacíos de su corona

decapitada mirando a la eternidad de la estupidez. No quedó ni una sola estatua del tirano en pie. De Rumania a Moscú y de Praga a Varsovia.  El hombre que dominara la mitad del planeta ingresaba a los hornos crematorios del bronce y el estaño. Que para fabricarlo, el culto a la personalidad del marxismo leninismo usó las mejores materias primas. Un remedo idiota de Tutankamón, cuya momia, apenas de trapo y pellejos, sobrevivió al tiempo y reluce tras su máscara de oro macizo, esmalte y piedras preciosas en su rico y deslumbrante tributo funerario. 

Chávez, que ordenara ultrajar los restos de Bolívar para manipular sus osamentas,  aspirar, fumar y beber de sus despojos y recibir sus omnímodos poderes, creyente en los ensalmos y sahumerios de la brujería afrocubana y la estafa del nigromante habanero – convertido en cenizas a instancias de su hermano, que sabe lo que podría esperarle a sus restos y a los suyos si alguna vez la princesa durmiente del Caribe llegara a abrir los ojos – no ha resistido el empujón de los estudiantes de un pueblito del Zulia. El mazacote con el que sus seguidores pretendieran inmortalizarlo duró lo que, como lo sabía el Libertador, el más duradero de nuestros mitos,  suelen durar las cosas en Venezuela: lo que un trozo de casabe en agua hirviendo. Nada. ¿Qué  pensará el gobernador, Arias Cárdenas, el traidor que estará haciendo sus maletas?

Tenía los pies de barro. Dos coñazos lo partieron por las canillas, dejando sobre el pedestal en que lo ungieran sus lameculos uniformados y civiles un par de zapatos viejos de cemento y dos cabillas famélicas exhibiendo la miseria de su herrumbre. El resto era un cascote para espantar mosquitos. Un par de estudiantes nada fornidos, que en Venezuela todos se están muriendo de hambre y exhiben cuerpos famélicos y desnutridos, lo cargaron hasta el pavimento, lo sacudieron un par de veces contra el asfalto para prenderle fuego finalmente a sus restos. En una nada imponente ceremonia final, se acabó Chávez. 

La más justa y exacta metáfora de lo que está sucediendo en Venezuela. El último caudillo, un militar ignorante, zafio, brutal, charlatán y corrupto, era tan duradero como el casabe. Tan denso y sólido como una flatulencia. Cuando dentro de nada esa misma ira y ese mismo desenfado destruyan el museo militar y se abra ese horripilante sarcófago, vendrá la sorpresa: darán con los despojos de un muñeco. El verdadero se pudrió en la morgue del CIMEQ, en la Habana. El sucedáneo es de utilería. Casi tan infeliz y minusválido como el burro que lo sucediera por instrucciones de los malhechores cubanos.

Mi temor no tiene nada que ver con las horrendas representaciones “escultóricas” de ese siniestro y repudiable personaje, de las que no quedará ni un gramo de cemento ni un ápice de bronce en pie. Todo lo que huela, sepa y recuerde a Chávez y su tropilla de estafadores, ladrones, narcotraficantes, torturadores, militares, banqueros, negociantes y periodistas, será arrasado en horas y en el momento menos pensado. Pero pronto, muy pronto. Como sus hogares, que en una reiteración de hechos que ya tienen doscientos y más años de haber ocurrido, volverán a ocurrir con exactitud milimétrico: de sus bienes, todos serán saqueados. No quedará ni un ladrillo en pie de sus palacetes. No quisiera que sucediera y haría todo por evitarlo, pero sucederá. Como sucedió con el fin de todas las dictaduras y regímenes oprobiosos de la historia bicentenaria de Venezuela: serán pasto del saqueo.

Eso va siendo y será inevitable. Esperemos que la ira no se cebe en los símbolos del Poder. Basta con que sean fumigados.  Como el Capitolio, que deberemos exorcizarlo. Recuerden que esta lacra, esta peste y estas abominables décadas de ultraje, humillación e injuria, serán pasajeras. Pero no debieran ser olvidadas, pues gracias al perdón del olvido podrían reiterarse, como vienen haciéndolo desde que nacimos a la luz de la vida como república independiente. Arranquemos de cuajo todo lo que nos recuerde la crueldad de una era ominosa. Pero démosle vida a una nueva sociedad con estas mismas ruinas. Y seamos, por fin, una nación civilizada, dotada de valores y por la que merezca la pena dar la vida y procrearla. Es el desafío que la historia nos plantea. 


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