Con la OEA o sin la OEA |
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs |
Sábado, 29 de Abril de 2017 12:56 |
Fue Carlos Marx quien actualizara la famosa frase de Hegel según el cual la historia se escenificaba como una tragedia. El sarcástico redactor de El Manifiesto Comunista, tan trascendente para la historia de la humanidad como los diálogos platónicos, la traducción al alemán de la Biblia por Lutero y la invención de la imprenta por Gutemberg, se vio obligado a parafrasearlo agregándole su peculiar aporte: algunos de sus capítulos se escriben ciertamente como una tragedia, pero suelen repetirse como una comedia. Poco importa que esa farsa sea tanto o más cruenta que la tragedia que parodia. Incluso un vil y patético apéndice sangriento al servicio de aquella. También Castro se retiró de la OEA, antes de que Rómulo Betancourt lo sacara con absoluta propiedad y de manera ominosa. Fue en 1962, en Punta del Este, bajo la icónica presencia del argentino Ernesto Guevara. La historia de esa expulsión se reproduce de manera casi que mecánicamente en las actuales circunstancias. Muy seguramente a instancias de la tiranía cubana, que es la que realmente gobierna, manda y ordena en Venezuela. Pero vale hacer notar algunas importantes diferencias. Cuba se había declarado marxista leninista, con lo cual rompía explícitamente con los principios del organismo multilateral, fuertemente influenciado por la llamada Alianza para el Progreso propiciada por John F. Kennedy. En esos momentos cruciales la representaba uno de los iconos emblemáticos de la revolución mundial, el Che. Por entonces el ejército revolucionario cubano estaba poseído por la disciplina, el espíritu de sacrificio y la ética revolucionaria: ni era terrorista ni practicaba el narcotráfico y el negociado de alimentos en gran escala, como sucede en Venezuela. Ciertamente, obligado por una represión jamás vista en la isla, la inmensa mayoría de su población respaldaba a Fidel Castro y el mundo no disimulaba su admiración por la heroica decisión de Fidel Castro de enfrentarse a los Estados Unidos. Una recapitulación del bíblico enfrentamiento entre David y Goliat de la modernidad, adecuado a la épica contestataria del Siglo XX debidamente propagandeada por el carisma y el inmenso talento mediático de su comandante en jefe. Si bien este David no tenía una honda para enfrentarse a Goliat, el fariseo, sino las ojivas nucleares de los rusos, se aferrada a los pantalones de la nomenklatura soviética con sus ejércitos, sus tanques, sus misiles y sus cañoneras. Y estaba poseído de tal locura, que se declaró dispuesto a presionar el botón rojo que desataría el holocausto nuclear y haría desaparecer un pedazo de los Estados Unidos con la consiguiente desaparición de su isla de la faz de la tierra. Resonaba en sus oídos la amenaza de Hitler: “si los alemanes no están dispuestos a dar sus vidas en defensa del nazismo, no derramaré una lágrima al verlos desaparecer del globo terráqueo”. La situación derivó en la famosa crisis de los misiles, que puso al mundo al borde de una conflagración nuclear. Y la ONU se convirtió en el escenario planetario de la confrontación entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. Tan patética, tan lamentable y tan zarrapastrosa es la imagen que el mundo posee del sátrapa Nicolás Maduro, su obscena obsecuencia para con Raúl Castro y Ramiro Valdés, tan encarnizada la represión de los esbirros de Vladimir Padrino contra el inerme y heroico estudiantado venezolano, que para respaldar la decisión asumida por Nicolás Maduro de retirarse de la OEA hay que pertenecer a esa canalla sentimental en que, según el gran novelista chileno Roberto Bolaño, degenerara la izquierda hace ya más de sesenta años. La situación roza el absurdo. Al extremo que la burlesca afirmación de los cubanos que aseguraban que “con la OEA o sin la OEA ganaremos la pelea” puede ser aplicada hoy en día por esa inmensa mayoría democrática que pugna por derribar a Maduro, el sátrapa de los Castro, y desalojar el régimen madurochavista: “Con la OEA o sin la OEA, ganaremos la pelea”. |
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