Cuando el presente nos alcanza
Escrito por Mibelis Acevedo D. | X: @Mibelis   
Martes, 28 de Febrero de 2017 06:50

altLa partida de Sofía Ímber agrega una nueva herida al pesado talego que arrastramos los venezolanos

(heridas, además, tangibles; basta pasearse por la reciente encuesta Encovi 2016 para confirmar lo que el cuerpo sabe de sobra: 81,2% de los hogares se encuentra en estado de carencia). Aún mitigada por el apartheid al que la sometió el gobierno -tras anunciar brutalmente su despido durante una alocución en 2001, Chávez tachó su nombre de lo que era conocido hasta entonces como Museo de Arte Contemporáneo de Caracas "Sofía Imber", o MACCSI- su contundente presencia en el paisaje cultural y político nacional nunca dejó de repicar, al punto de ser vibrante protagonista del reciente libro de Diego Arroyo Gil, “La señora Ímber, genio y figura”. Sofía, “la intransigente”, la “eterna sobreviviente”, la joven de 92 años ducha aún en el arte de pellizcarnos el ánimo con sus mordientes trinos, forma parte de ese copioso caudal de referentes de una Venezuela que, por desgracia, luce cada vez más remota, más desvaída.

No hay nada sino el presente. El pasado ya pasó y el futuro nunca llega. Nuestra vida es presente, presente, presente.” La apremiante frase, el difícil trato con la muerte, el encomio al hic et nunc lanzado por Ímber desde la generosa trinchera de la virtualidad, dibuja esa certeza de estar siempre empujados por lo perentorio, esa urgencia de la existencia que todo lo ciñe, todo lo marca. Eso que obliga a desatender, incluso, el pasado –lo inmodificable- y aplaza indefinidamente el futuro -lo que aún no es; la contingencia- y su aérea promesa de concreciones. Paradójico que sea justo Sofía quien plantee esa sed de accionar en presente, cuando hoy su crucial legado, como el de tantos que han bordado la historia buena de este país, lidie contra el afán de un sistema entregado al plan de vaciarnos la memoria, de borrar los referentes de eticidad, evolución y excelencia de otros tiempos para sustituirlos por la gesta de héroes turbios, no menos sospechosos.     

Así nuestro presente -ese firme nudo situado en medio de un pasado infinito y un futuro infinito, decía Hanna Arendt- flota a merced de los delirios de un régimen que se ha esmerado en desconectar los haberes previos, al punto de que, retratados por quienes los vivimos, a menudo parecen invocar una suerte de forzada ficción. Sí: a juzgar por este estrambótico menoscabo, cuesta creer que hace 44 años nació en Caracas un espacio que cosechó más de 4 mil obras de los mejores artistas del mundo, un museo que estuvo entre los primeros de su tipo en Latinoamérica, una institución pública y plural, que contó con el aval de Gobiernos de distinto signo (siempre democráticos) y que enclavada en el pujante y cosmopolita corazón de Parque Central, ofrecía otra espléndida plaza para la cultura, en todas sus manifestaciones. El ejemplo se pierde entre muchos, moradores de la nostalgia que arrea a los sobrevivientes, cada vez menos visibles para una generación que creció distanciada de los modos democráticos y que subsiste acuciada por la pedestre tiranía del hambre.

Al chavismo, con todo y sus naufragios, no se le puede negar una ingrata conquista: el profundo daño al espíritu de la nación. Al respecto, el profesor José Rafael Herrera compartía una opinión que aunque áspera, no luce menos cierta: “El país que en algún momento pudo llegar a alcanzar la civilidad (…) se ha desvanecido por completo”. Suprimir un modo de vida ha contribuido a instalar un “nuevo modo de ser”, uno que como producto de la aviesa inversión de valores, la manipulación del registro histórico; la conjura contra la necesidad de los pueblos por reencontrarse con su pasado, para imponer en su lugar reconstrucciones mnemónicas parciales, incompletas, selectivas, ha ido desalojando los referentes de aquel país que, aún con sus obvios descarríos, nunca había dejado de aspirar a la vanguardia.

Ese otro país merece ser reivindicado, sin duda. Pero a la luz de este hosco presente, quizás conviene considerar el riesgo de que el inactivo apego a la memoria de lo que fuimos pueda entumecernos. Sin ánimos de alentar resignaciones, vale la pena aceptar que todo avance tiene en este momento un nuevo punto de arranque; que a expensas de la inopia, hay una realidad que impele a escalar desde sus sótanos. Toca calcular que enderezarnos implica el vivo dolor de reconocerse en los ojos de la penitente Medusa, y reparar con piedad en una sociedad distinta a la que algunos recordamos, en un ethos largamente intoxicado por la pequeñez. Decía Sartre: “un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”; resulta que ese pasado que también encarna el chavismo luego de 18 años en el poder, es parte del equipaje con el que hoy trajinamos. Ese, que importa superar.

Presente, presente, presente”: a esa tarea de elegirnos a nosotros mismos en medio de la posibilidad cierta de cambiar aquí y ahora lo que perturba, tal vez apuntaba Sofía. Después de todo, no habrá mejor homenaje para quienes tan hermosamente nos precedieron que demostrar que, como ellos, también estamos hechos para los comienzos.

 

 


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