El 23-01-1958: una recapitulación mesiánica
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Lunes, 23 de Enero de 2017 00:00

alt​Es nuestro imperativo categórico,  seguir el ejemplo que se dio en Venezuela un día que hoy conmemoramos. Con la urgencia mesiánica debida: desalojar cuanto antes a la infamia.

Bien podrían enfrentarse en un espejo la Venezuela de los últimos aleteos de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez,hundida, como ésta del general Vladimir PadrinoLópez, Nicolás Maduro, Tarek El Aissami y Diosdado Cabello en el desprestigio popular y el desprecio universal por tramposas, humillantes, tozudas y criminales. Pero ese espejo sería, como los de las ferias de diversiones, un espejo deformante que dejaría por fuera los rasgos sustantivos de ambos regímenes. De los que sólo se aproximan y superponen la crueldad de sus aparatos policíacos y la tenaz porfía de sus detentores por mantenerse en el poder más allá de lo elementalmente razonable. Y tampoco en esa porfía. Como se hiciera broncínea, la frase que permitiría que el segundo de a bordo, por decir, el Tarek El Aissami de la circunstancia, si bien venezolano hasta el tuétano, con una importante formación castrense, Ministro de Comunicaciones y en absoluto cercano a cualquier forma de terrorismo islámico, narcotráfico o entreguismo anti patriótico, - nos referimos al general Luis Felipe LloveraPáez – pasara a la historia fue de una sabia crudeza campesina, él que naciera en Ciudad Bolívar a cuarenta y cinco años de distancia del 23 de enero de 1958: “vámonos, mi general, que el pescuezo no retoña”. Así sorprenda al observador imparcial que se asomara a ese espejo, Pérez Jiménez se habrá tocado el pescuezo y habrá recibido como en un relámpago la imagen de su cabeza rodando con sus ojos desorbitados aún pestañeando a una canastilla ensangrentada al pie de una imaginaria guillotina, procediendo en el acto a agarrar su valija colmada de dólares y correr a La Carlota a escapar en su Vaca Sagrada. 


​He allí la primera, la monumental diferencia entre aquella dictadura moderna y ésta dictadura posmoderna: ninguno de los arriba señalados como responsables orgánicos de la satrapía reinante necesitará escaparse en una ambulancia con una valija llena de dólares. En primer lugar, porque no habría valija tan descomunal como para contener los miles y miles de millones de dólares – la cifra bordea la colosal suma de trescientos mil millones de dólares - que han acumulado ellos y sus pandillas de militares, comunistas, boliburgueses y bolichicos en sus cuentas bancarias a lo largo de estos dieciocho años de poderío y saqueo absoluto. Sus riquezas descansan en celdas blindadas a buen resguardo de gobiernos cómplices y amigos o en empresas nacionales y multinacionales que se enriquecieron con contratos y comisiones a destajo. Entre ellas brasileñas y españolas. Pues, he allí una segunda y muy notable diferencia: la de Pérez Jiménez no era una dictadura encajada en un proyecto estratégico de dimensión global, inserta en las grandes tendencias del terrorismo islámico y la última sobrevivencia del marxismo leninismo, defendida a capa y espada por los herederos de Vladimir Ilich Lenin, Stalin, Mao, el Che Guevara y Fidel Castro que hacen vida en las internacionales de la subversión, como el Foro de Sao Paulo. Y ya hincan sus garras en las nuevas izquierdas mediterráneas. El mismo Pérez Jiménez cabía a lo sumo en la definición que diera un gran presidente de los Estados Unidos refiriéndose a uno de los dictadorzuelos del Caribe: “cierto: es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Y a pesar de ello: Pérez Jiménez habrá sido otro tropical hijo de puta de los Estados Unidos – como lo fueran Batista, Somoza y Chapita Trujillo - pero venezolano, totémicamente bolivariano, nacionalista, modernizador, desarrollista y que, por sobre toda comparación con los dictadores castristas del presente venezolano no entregó la soberanía de la Nación ni a una gran Nación como los Estados Unidos ni a una isla bárbara y miserable como Cuba, ni tampoco desguazó sus fuerzas armadas pudriéndolas en el cáncer de la corrupción y el narcotráfico, ni hambreó a su pueblo ni prohijó el envilecimiento ni el asesinato masivo de la pobresía, que con sus cientos de miles de homicidios y dos millones de desterrados ya alcanza los ribetes de un genocidio.

​Hay otra notable diferencia, posiblemente la más notable de todas ellas, que aún luce por su presencia: no fue una dictadura devastadora, destructiva y hambreadora como la que se cumple al día de hoy al pie de la letra por encargo de la Cuba castrocomunista, que la comanda, la humilla y la expolia a corta, mediana y larga distancia. Con el nada secreto propósito de hacerla desaparecer de la faz del planeta. Muy por el contrario y en la antípoda del chavismo castromadurista: fue una dictadura desarrollista, modernizante, tan constructora y urbanista que una conocida socióloga de proveniencia marxista la calificaría de dictadura del Bulldozer y el cemento. Debe reconocerse que en el ánimo de desprestigiar, menospreciar y envilecer la ingente obra constructiva llevada a cabo por la democracia liberal que irrumpiera a la caída cívico militar de Pérez Jiménez se olvida que la Venezuela que existió hasta diciembre de 1998 fue obra de la democracia, que en un gesto auténticamente dialéctico, hegeliano decidió conservar y superar ese importante esfuerzo modernizante de la dictadura perezjimenista. Sepan el mundo y los venezolanos que durante esa dictadura de una década se materializó el proyecto de construir el extraordinario patrimonio arquitectónico de la humanidad que posee Venezuela: la Universidad Central de Venezuela, iluminada con obras de Kandinsky, Miró, Calder, Vassarely y los grandes escultores y muralistas venezolanos, bajo la inspiración de un genio mundial de la arquitectura contemporánea, Carlos Raúl Villanueva.

Una dictadura estrictamente militar que supo rodearse de los mejores cerebros de su época y que en esa década, sin contar con las fastuosas riquezas con que contara la soldadesca chavista construyó micro ciudades habitacionales, centros y balnearios recreacionales y un prodigio de la ingeniería como la autopista Caracas La Guaira en tan sólo tres años. Obra sólo superada por la democracia liberal que en 20 años había quintuplicado esa monumental tarea de obras públicas. Lo que ésta satrapía ha arrasado sistemáticamente, con el engañoso propósito de construir en algún día de una imaginaria posteridad la sociedad utópica que tras sesenta años ni se asoma por Cuba, el modelo. Durante ese medio siglo que va de 1948 a 1998 jamás faltaron alimentos, la vida era tan barata que asombraba a quienes escapando de la guerra y las miserias de la posguerra europea vinieron a asentarse en Venezuela, con el respaldo y la invitación precisamente de dicha dictadura. La inmigración laboriosa, empeñosa y emprendedora de los años cincuenta, constituyente de nuestra nacionalidad. Y a cuya sombra surgieron fortunas hechas con el sudor de las frentes. Sin que nadie le cayera a saco a las arcas del Banco Central, se robara el petróleo, lo regalara a voraces tiranos y alcahuetas oportunistas de la región o traficara narcóticos producidos bajo la gerencia de las narcoterroristas guerrillas colombianas de las FARC.

​He allí la penúltima de las notables diferencias que yo quisiera subrayar con ocasión de la recapitulación mesiánica de este nuevo aniversario del más importante de los recuerdos de nuestra felicidad pasada: en el Estado Mayor del general Marcos Pérez Jiménez no sobresalían vendepatrias, narcotraficantes, saqueadores de los bienes públicos, negociantes en divisas extranjeras y mercachifles que se enriquecieran hambreando al pueblo. De ese Estado Mayor salieron quienes contribuyeron a tumbar al déspota. Las farmacias estaban abarrotadas de medicamentos y nadie necesitaba esperar más de cinco minutos para comprar tanto pan, tanta leche, tanto aceite, tanta carne, tanto pescado y tanta azúcar como le viniera en ganas. Los índices de asaltos, secuestros, robos y homicidios eran tan ínfimos que mucha gente dormía con sus puertas abiertas. Y se podía acompañar el anochecer disfrutando del frescor de las tardes desde una mecedora, escuchando los maravillosos galerones que cantaba Benito Quirós o rumbeando el fin de semana al son de la Billo’s Caracas Boys. Nadie descuartizaba, degollaba ni abaleaba con saña, ira, odio y alevosía como sucede al día de hoy, bajo el amparo de un régimen que prohija el hampa más cruenta del planeta. ¿Un asesinato cada cuarto de hora como hoy bajo la dictadura militar imperante? Ni en la peor de las pesadillas. Ya nos alcanzó.

​Pero que quede claro que fue, como toda dictadura, absolutamente repudiable. Una dictadura que vino a fracturar el intento de implantar finalmente una democracia liberal y torcer el turbio destino de un país víctima de desafueros, revoluciones, montoneras y autocracias, a la que nadie le quita sus presos políticos, sus persecuciones, sus torturas, sus asesinatos, sus cárceles y sus iniquidades. Su Pedro Estrada y su Seguridad Nacional. Al extremo de levantar la indignación del pueblo que dirigido por los dos partidos fundamentales en la circunstancia, protagonistas de su derrota histórica – la AD de Pinto Salinas y el PCV de Pompeyo Márquez - se le enfrentaron a pecho descubierto, sin temor a la muerte, sin complicidades, connivencias ni acuerdos espurios cocinados en Miraflores. Fue una dictadura sin diálogos ni enmascaramientos. Tan fraudulenta como ésta, pero sin los siniestros rasgos de devastación, muerte y traición de la que hoy insiste en mantenerse en el Poder. Con un ingrediente sustancial que hoy, para vergüenza de nuestra historia y nuestras tradiciones, brilla por su ausencia: militares patriotas que le dieron la espalda y se unieron al pueblo que se irguió para reconquistar su libertad. ¿Comparables Hugo Trejo y Wolfgang Larrazábalcon quienes hoy sostienen una satrapía al servicio de Raúl Castro?

​Tal vez lo más sustantivo y trascendental que pueda recordarse de ese 23 de enero sea el mesiánico papel asumido por la Iglesia, que ahora honra con fe, esperanza y amor el pasado que brilla con luz propia en la homilía de Monseñor Arias Blanco, reasumida y recapitulada a plenitud en la exhortación pastoral de la Conferencia Episcopal venezolana, tal como lo acaba de reafirmar Monseñor Diego Padrón: lo inolvidable de nuestra historia aún viva y palpitante, de la que podríamos volver a sentirnos orgullosos, es la lucha por la libertad y su conquista a cualquier precio.

Es el imperativo mesiánico al que hoy nos convoca la Iglesia venezolana.q Ser libres de una vez y para siempre.


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