Rasgos de nuestra adversidad
Escrito por Víctor Maldonado C. | X: @vjmc   
Viernes, 26 de Agosto de 2016 13:14

alt“Un bosque inmenso de conciencias en estado de alerta”.  Así definió el teólogo Jósef Tischner el cambio en las mentes y las actitudes de la gente cuando emergió en Polonia la revolución de Solidaridad

entre 1980 y 1981. Todavía faltaban algunos años para que ese movimiento fructificara en un cambio de gobierno, la derrota del comunismo y el comienzo de un largo camino hacia la libertad plena. No eran tiempos fáciles. La censura, la represión y las carencias se coaligaban en un sistema totalitario del cual parecía casi imposible salir. La opresión era asfixiante hasta el punto que la única salida recomendable era esa “emigración introspectiva” que hacía buscar a cada uno su propio exilio espiritual en la noche oscura de silencios, dudas, simulaciones y miedos.

Sin embargo, no hay ninguna posibilidad de que una embestida totalitaria no tenga como respuesta millones de arrebatos libertarios, insignificantes tal vez, pero inmensamente poderosos en el significado de la pedagogía de la resistencia. Frente a la omnipresencia oficial son muchas las expresiones de disidencia, rebeldía y construcción de un país alternativo que se esgrimen como formas creativas de los que no se dejan vencer. Lo cierto es que el país ha demostrado versatilidad de respuestas que, vistas en conjunto, todas ellas son un caleidoscopio de respuestas no siempre adaptativas y no siempre frontalmente confrontativas, pero que han impedido o retardado el programa explícito de ruina y sometimiento que forman parte del guión de todos los comunismos.

Los comunistas en el poder tienen dos problemas que al final los arruinan. Se creen dueños absolutos de la verdad y administradores de un poder que les da control total sobre los demás. Ellos se sienten moralmente capaces y autorizados para aplastar cualquier disidencia. Pero lo que realmente ocurre es que la mayoría del país simplemente no lo permite porque invalida todas esas demostraciones de fuerza con la indiferencia, el desparpajo y el desprecio a lo que es irreversiblemente malo. Y no es que no hayan hecho el esfuerzo o les falte intención. De hecho, los efectos del destruccionismo socialista se aprecian en todos los rincones del país. Los jinetes del odio y del resentimiento recorren el territorio nacional para acumular víctimas por hambre, miseria, violencia, desempleo, exclusión y odio. Ellos van aplicando el castigo con el terror del azar, sin importar ninguna otra cosa que mantener ese estado de conmoción que en los extremos impide pensar con claridad y tomar decisiones acertadas.

Pero una cosa es lo que ellos quieren y otra muy diferente es lo que ellos logran. Porque no han logrado quebrar el espinazo moral del país. Porque a pesar del terror impartido no han podido clausurar definitivamente al país productivo, emprendedor y resiliente que se expresa con claridad a pesar de sus muchas contradicciones. Me refiero a la probable biografía de cada uno de nosotros, los que aquí quedamos, y a la forma como encaramos el paso de un día tras otro, con la mirada puesta en un horizonte que presentimos, aunque no tengamos claro ni su cuándo ni sus cómo.  Parte esencial de ese compromiso intrínseco con no dejarnos vencer es el intento de narrar el país victorioso, heroico y a veces mártir que resiste los embates totalitarios todos los días sin caer en la tentación de claudicar.

No somos infalibles. El país al que me refiero está lleno de equívocos, pasos en falso y muchas ambigüedades. Pero nadie puede poner en duda su determinación y constancia. Aquí se han perdido miles de empresas, pero todavía tenemos unas cinco mil industrias que se suman a las casi quinientas mil de todos los tamaños que todos los días convocan al trabajo productivo de más de 5 millones de venezolanos. Todos los días esas empresas ven mermar su productividad y su viabilidad, pero al día siguiente abren de nuevo y resisten las furiosas agresiones de un régimen que las tiene como enemigas en una guerra ficticia pero que suma víctimas reales. En buena parte de ellas se está haciendo hasta lo que parece imposible para atajar el empobrecimiento de los empleados y mantener al alza el compromiso y la cohesión que se necesitan para seguir adelante.  

Aquí hay teatro. El fin de semana, por ejemplo, tuve la oportunidad de ver una obra -Lucy en el cielo con diamantes- y me sorprendió el compromiso, la vitalidad, el empuje y el optimismo que destilaban todos los miembros del elenco. Y así como ellos, se suman por centenas las opciones para todos los gustos, en variedad de formatos de artistas que ponen su granito de arena para resistir y ser la alternativa a la acritud de la propaganda oficial. Aquí hay poetas que enarbolan la palabra como instrumento de lucha y que no cesan de denunciar las falacias de un régimen que, entre otras cosas, confunde el arte con la mentirosa adulación. Rafael Cadenas es un testimonio constante de la incomodidad insoportable que produce un régimen que parece tener como único objetivo el eclipsarnos el alma. Es el más importante, pero no es el único.

Aquí hay cientos y tal vez miles de intelectuales comprometidos y dedicados a narrar esta tragedia, a evitar que sus trazas destructivas desaparezcan para consolidar la impunidad en un olvido cómplice. Cada quien puede hacer una lista y se dará cuenta de que son multitud.  Ellos no permiten la desmemoria y contribuyen a significar política y socialmente la magnitud de la crisis que vivimos. Los hay que han medido la pobreza, las condiciones de vida y su degradación, los que se preocupan por los presos comunes y los que denuncian la barbarie con la que tratan a los presos políticos. Otros hacen un seguimiento al tema militar con una valentía feroz, o defienden los derechos de las minorías, o son la voz de los que no tienen voz, los débiles, los enfermos, los marginados o silenciados por la vorágine autoritaria. Y todos realizan su trabajo con valentía y estrechez de recursos. Ninguno ha claudicado.

Las escuelas, liceos y universidades siguen abiertos gracias a un pacto implícito por el que maestras y profesores asumen buena parte de la carga social sin que por eso esperen una mejora sustancial del reconocimiento o de la remuneración. Lo cierto es que poco menos de 10 millones de estudiantes siguen adquiriendo conocimiento y posibilidades de realización a pesar del colapso inminente del sistema, el abandono oficial y la ignorancia brutal con la que el régimen trata todos esos temas. Es la sociedad la que no ha permitido que vaya más allá el sesgo y la tergiversación ideológica que nos quiere imponer una historia y una ciencia oficial.

Aquí hay miles de médicos que todavía pasan consulta y que imaginan mil y una alternativas para sortear las trampas de la escasez, el dolor y la muerte. Las clínicas, hospitales y dispensarios siguen intentando dar algún tipo de servicio a pesar de que las señales que sistemáticamente emiten desde el gobierno es para apurar la deserción. Claro que muchos se han ido, pero ¿por qué vamos a privilegiar la partida de los que así lo han decidido si el verdadero heroísmo consiste en los que aquí se han quedado?

Aquí hay cientos de restaurantes que todavía están abiertos gracias a que sus dueños siguen enamorados de la buena cocina. Y miles de panaderías que hacen milagros a pesar de la escasez de harina, mantequilla, azúcar y vainilla. Y todavía conseguimos buen chocolate, malta y cerveza porque decenas de empresarios y miles de trabajadores siguen ayuntados en el esfuerzo cotidiano de producir e intentar distribuir a pesar de las odiosas determinaciones gubernamentales. ¿No les parece algo incluso sobrenatural que todavía tengamos areperas?  Pero las tenemos, a pesar del abandono del agro, del saboteo sistemático intentado contra la agroindustria y de nuevo, a pesar de la fatal ignorancia e ineptitud con la que el gobierno maneja todas las áreas esenciales de nuestra economía.

Los periodistas y dueños de medios siguen guapeando a pesar de las amenazas constantes. La denuncia social se canaliza a través de unas redes sociales vigorosas y de la tensión constante que ejerce la opinión pública. No nos ha ido peor porque nunca hemos bajado la guardia. No nos ha ido peor porque hemos metabolizado la indignación, el desarraigo, las partidas de los seres que amamos, la muerte injusta, la escasez y el empobrecimiento sin dejar de pensar que este país sigue valiendo la pena. El que está contra la pared es este régimen agónico. El que está desenfocado es el populismo terminal. La sociedad sigue invicta, luchando de mil maneras, resistiendo el embate sin pensar en capitulaciones, rehaciéndose cada día a pesar del deterioro, celebrando los niños que nacen, educando a los jóvenes, sonriendo a pesar de todo, y enterrando a sus muertos.

En Venezuela esta lucha por rescatar decencia, república y libertades es hasta la muerte. No hay edad para el retiro. Mercedes Pulido murió en la primera línea de la batalla social. Tenía 78 años, una edad avanzada, pero que a ella no le proporcionó el merecido sosiego. Antonio Cova le precedió hace algunos años, y hasta el último día dictó clases, escribió artículos y estuvo al servicio de lo mejor del país. Insisto, no son los únicos. Se cuentan por cientos de miles los que han contribuido con su resistencia hasta el último suspiro.  Y así como ellos, muchos otros evitan desentenderse de lo que aquí ocurre, tal vez pensando que la mejor forma de invertir la vida es así, en esta diversidad de resistencias que por razones de adversidad hemos tenido que practicar. Tal vez hemos amado una inmensidad sin tener plena conciencia.

Juan Pablo II definió el amor en uno de sus discursos ante los jóvenes polacos. Era 1983, estaban todos en el santuario de Jasna Góra, esperando por ese mensaje que les permitiera iniciar la liberación. El santo polaco habló de amor y claridad. Ellos, que en esa época vivían la tragedia del mismo comunismo que a nosotros nos aqueja, debían comprender que el amor es sobre todo un compromiso de cercanía, memoria y esperanza.  Para el Papa polaco la cercanía era la antítesis del olvido. Nadie que ama verdaderamente puede olvidar o simular indiferencia. El amor es ese combustible que nos hace seguir avanzando con la imagen de lo amado en los ojos y el corazón. El que ama vela constantemente por el bienestar del amado, y desarrolla una conciencia que sabe discriminar lo bueno de lo malo. Practica el bien, huye del mal, denuncia la injusticia y evita la confusión. Amar es un compromiso con la verdad y un avance constante. El Papa lo decía por su Polonia y yo lo refiero a Venezuela. Los rasgos de esta adversidad demuestran el inmenso amor que todos mantenemos por este país, que tendrá todo el futuro que nosotros le podamos dar, resistiendo, avanzando indetenibles hacia las citas que nos fije el destino, recordando a todos los que como mi amiga Mercedes no pudieron ver la tierra prometida, ese momento de recuperación y reencuentro, cuya ruta nunca dejaron de señalar y al que más temprano que tarde arribaremos con alborozo.

Este país que se narra tantas veces como abandono y desarraigo sobrevivirá por todo lo contrario. Porque millones hacemos el esfuerzo de resistir creativamente y dar la batalla cotidiana con lo mejor de nosotros puesto a la disposición de los otros.

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