Del cortador insigne de la electricidad (y una teoría de la relatividad especial)
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 02 de Mayo de 2016 00:31

altPublicitada en los cuarenta del XX, como la alternativa energética más segura, limpia y barata, en un país encaminado a su inevitable urbanización, en las décadas siguientes

surgió la figura también temible del cortador de la luz eléctrica en hogares y locales por falta de pago. Después de la construcción definitiva del Complejo Hidroeléctrico de Guri, avanzando en la equidad de las tarifas que tendía al subsidio de los sectores más pudientes a favor de los más necesitados, el funcionario se convirtió en una excepción de finales de centuria.

Pocos hubiesen adivinado que, en el nuevo siglo, gracias a la destrucción de la industria, sospechosamente deliberada por todas las numerosas advertencias anticipadas, reiteradas y oportunas que se plantearon, el cortador tendría la jerarquía, arrogancia y desfachatez que concede el ejercicio presidencial. Esgrimiendo la habitual lógica, así como es preferible cerrar una escuela antes que capturar y castigar a los delincuentes que la asedian, igualmente lo es cancelar el servicio o incumplir el horario de racionamiento antes que implementar las decisiones correctivas que se esperaban en los años, meses y hasta días anteriores.

Elocuente anuncio que refleja toda una concepción del poder oscurecedor de la propia Constitución, Nicolás Maduro amenaza con el corte de  energía a la propia Asamblea Nacional, prohibiéndole trabajar como ha hecho con el resto de los venezolanos.  Nada le importa la independencia de un legítimo y relegitimado órgano del Poder Público, cuyas funciones  están generando claros efectos pedagógicos de un republicanismo olvidado, pues concibe la jefatura de Estado, con sus relacionados, como el único ámbito privilegiado para el disfrute de la electricidad en lugar de un hospital, por citar un único ejemplo.

Deshecha la industria eléctrica en más de década y media de un XXI todavía distante, el régimen nos conduce a una nueva ruralidad, afantasmando las ciudades en las que escasea una modesta vela y el kerosene, otrora símbolo de la vieja pobreza, es toda una extravagancia. Faltando poco, pretende que cada quien intente una propia planta eléctrica, como si sobraran las divisas, luego de acabar con la más grande y compleja que alguna vez heredamos gracias al esfuerzo de las varias generaciones de especialistas que la levantaron, ahorrándole tiempo a las nuevas que la debieron perfeccionarla.

Actualizando una suerte de teoría de la relatividad especial que un poco abona y distorsiona a la ideada por Einstein, por obra de la enunciada concepción del poder político, el gobierno juega con el tiempo de los venezolanos, tomándose todo el que necesita para preservar y extender sus prerrogativas, condenándonos a la lentitud del suplicio, mientras que se aceleran las exigencias de una ya mera supervivencia impuesta en esta otra era de la Venezuela Saudita. Podrá Maduro aducir cualesquiera razones, como – en su momento – lo hizo el predecesor, pero la medida que vuelve a la ficción legal adoptada por el presidente Leoni en 1965, nos antojamos, acarrea alguna dislocación en la agobiada psiquis colectiva que ya repara en un triple absurdo: concebido y defendido como un breve lapso, después de un larguísimo gobierno, éste promete hacer lo que no pudo ni quiso en un plazo inmediato; adelantar otra vez media hora en los relojes,  lo convierte – más allá de una medida que no tiene implicaciones estacionarias, como en otros  países – en dador y administrador de un tiempo en el siglo que, por siempre, presumimos de una mejor calidad de vida; e, induciendo la clausura o dificultad de acceso a un servicio de emergencia hospitalaria en las horas más aciagas, en vez de perseguir y atrapar a los hampones que aspiran a asaltarlo, le impone una agenda aún a nuestros más elementales afanes por sobrevivirle.


@LuisBarraganJ


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