Yo, el izquierdista de derechas
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Jueves, 26 de Noviembre de 2015 00:33

altAntes fue sábado que domingo y el orden de los factores sí altera el producto. Una cosa es nacer en la calle San Luis, ser hijo de un chofer de taxi

y de una humilde mujer del pueblo, tener otros seis hermanos, criarse a la intemperie, sufrir los severos rigores invernales chilenos y conocer el hambre, la indigencia, la enfermedad y la pobreza y otra muy distinta nacer en la Avda. Lyon, ser el consentido de una familia bien, hijo de padre abogado, banquero, terrateniente, industrial o político poderoso, estudiar en un colegio inglés o francés, aprender a leer en un idioma europeo y no conocer más gente del pueblo que el chofer, el jardinero y las criadas.

Nada de rencores y resentimientos. Pero la verdad, aunque severa, es amiga verdadera. Hubiera sido absolutamente ilógico que yendo a la escuela con sendos agujeros en los zapatos y un soberano tomate en las medias, por donde se me colaba hasta los huesos el agua fría de los torrenciales aguaceros que debía soportar al bajarme del tranvía número 8 que me traía del liceo Valentín Letelier, en Recoleta, y caminar las cuatro cuadras que me separaban de la parada en la Avda. Panteón con Independencia hasta la calle San Luis 1470 donde vivíamos los nueve miembros de la familia en dos cuartos minúsculos; digo, hubiera sido un absoluto despropósito que ese niño convertido en muchacho y luego en hombre hubiera pedido entusiasmado el ingreso al Partido Conservador, al Partido Liberal, e incluso al Partido Radical o al Demócrata Cristiano. Seguí la senda de mi padre y me convertí en un joven comunista. ¿Un conservador con zapatos rotos y medias deshilachadas? Como aprendería a decir en la escuela de filosofía del Instituto Pedagógico, donde estudiaba la pobresía santiaguina, hubiera sido una contradictio in adjecto.

Entendámonos: no pretendo convencer a nadie de que quien tiene los zapatos rotos y viva en condiciones humildes no pueda, no quiera o no deba ser de derechas. Muy por el contrario. Lo único que pretendo es contar que en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, en el Chile de mi infancia y adolescencia, los pobres solían ser de izquierda y los ricos, o acomodados, solían ser de derechas. Comunistas o socialistas, de un lado, y conservadores y liberales, del otro. En el medio, el Centro, tan propio de nuestras poderosas clases medias: socialdemócratas o socialcristianos. Una suerte de puente sobre el río Kwai que intercomunicaba ambas orillas, siempre sujeto a los bandazos y derrumbes propios de una construcción endeble y acomodada a los tirones de ambas riberas.

Nadie debe extrañarse de que en esas circunstancias, mucho pat’en el suelo como yo, tal como se les llama en Venezuela, quisiera ascender en la escala social y se aplicara con empeño a conseguirlo. Sólo un imbécil, un demagogo o un irresponsable – vamos: un Hugo Chávez, que reunía los tres atributos – puede afirmar sin avergonzarse que ser pobre es bueno y ser rico es malo. Que andar con los zapatos rotos es mejor que calzar zapatos nuevos, que caminar bajo la lluvia inclemente es mejor que hacerlo dentro de un vehículo calefaccionado, que no tener ropa interior para cambiarse a diario es mejor que tener la cómoda repleta, que no contar con una elemental ducha bajo la cual bañarse así sea con agua fría es infinitamente mejor que disponer de una bañera con agua caliente y que tener que hacer días de cola para obtener una cama mientras se es devorado por la fiebre en un hospital desangelado es mejor que tener un seguro médico con acceso a una excelente clínica privada de atención eficiente e inmediata.

Sobre todo si quien afirma tamaño disparate lo hace para granjearse las simpatías y el respaldo inconsciente e irresponsable de los pat’en el suelo que, engañados a mansalva y severamente cortos de entendimiento, consideran a quien se los dice ser uno de ellos, de modo de permitirle con su masivo respaldo asaltar el Poder y vengarse de roturas y carencias enriqueciéndose hasta el hartazgo. Él y su camarilla, más nadie. Empobreciendo en razón de la ley de las equivalencia a esas multitudes de pobres a los que se harta con migajas y que si pretendieran enriquecerse no serían de izquierda e impedirían que sólo se enriqueciera el caudillo. Exactamente como lo ha hecho el sujeto en cuestión, los capitostes de sus pandillas y carteles, sus hijos, parientes, familiares y amigos, como lo viene haciendo la izquierda marxista, castrista, bacheletista, lulista, kirchnerista, iglesista o como quiera llamarse. Pues la izquierda reivindicadora de la pobresía, ella misma pobre, digna y noble, falleció de muerte natural y ya no hay nadie que la resucite. Money, money, money. Todo lo demás es cuento.

Es al tomar conciencia de esa aberración contra natura que se rompe el sortilegio de la dialéctica materialista de creer y pensar que un zapato roto debe morirse profesando las ideas de izquierda y repudiando las ideas de derecha. Mientras un rolex de oro ambulante,  como los que portan los altos dignatarios de PDVSA que van de cumbre en cumbre y de banco andorrano en banco andorrano, no puede ser de izquierda, repudiando las ideas de derecha.  

Pues eso es, mis queridos lectores, nada más y nada menos el profundo cambio histórico que se ha vivido en el mundo entre los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado y la segunda década del siglo XXI. Las derechas han demostrado ser la palanca del cambio, la prosperidad y el progreso y el comunismo marxista  ha demostrado ser la vía más segura hacia la ruina y la pobreza de los pueblos. La Unión Soviética se derrumbó de mengua. Los chinos se han echado en brazos del más salvaje de los capitalismos. Cuba vive de la mendicidad y Corea es un circo de la tercera fase. El ejemplo me disgusta, porque parece confundir antes que aclarar las cosas, pero es ineludible: tome a Cuba y a Chile en 1960 y póngalos en una balanza de progreso, prosperidad, riqueza y felicidad. No debiera asombrarse de los resultados: Cuba es una piltrafa de país que ha vivido estos 56 años chupando de la caridad ajena, un gigantesco zapato roto hasta el día de hoy. Chile es uno de los países más prósperos de la región, sin haberse comprometido a gobernar bajo los parámetros de la izquierda marxista sino bajo los rigurosos principios de la economía de mercado.

De allí que a mi no me sorprenda encontrar a tanto chileno de origen humilde, como el que me diera la vida, profesando ahora con orgullo su pertenencia a la derecha política. Que sacó a la pobresía del fango y elevó sideralmente los niveles de vida en estos últimos cuarenta años. Ni me asombra en lo más mínimo que los argentinos se hayan decantado el pasado domingo por elegir a un empresario rico y exitoso. Volviéndole la espalda a la izquierda ladrona, corrupta, malandra, neofascista y delincuencial del peronismo kirchnerista.

En conclusión: no han variado los valores. Ni se han desangrado las ideologías. Han variado las sociedades. Los zapateros remendones van de salida y puede que aún formen parte del paisaje cotidiano en el que se crían los líderes del estado islámico. Urgidos de ir a desfogar sus resentimientos y sus odios en donde se puede ser humilde y derechista, próspero y feliz, como en el Paris del horror yihadista.

Así son las cosas. 

@sangarccs 



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