El hundimiento
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Jueves, 30 de Julio de 2015 00:30

EL HUNDIMIENTO
EL HUNDIMIENTO "Al preguntarle qué haríamos si cometen un fraude para tapar el hueco descomunal, el taxista petareño me dijo sin pestañar: “no será un Caracazo, será un Venezolanazo.” Ya me estaba bajando de su destartalado carrito. Se fue mentándole a su señora madre…"
Antonio Sánchez García @sangarccs
Si los aliados se hubieran conformado en abril de 1945 con abandonar Alemania a su suerte, retirándose de su suelo luego de la conquista de Berlín y el suicidio de Adolfo Hitler, el mundo hubiera visto el caos, la desintegración y el hundimiento del Tercer Reich en vivo, en directo y en tercera dimensión. Con colas, asaltos, asesinatos callejeros, canibalismo desatado. Pues muerto Hitler y derrotados sus ejércitos no quedó nada en pie de lo que un día fuera el glamoroso reinado del horror hitleriano. Alemania, grado cero.
No es lo mismo, naturalmente, pero como bien dice la canción de Silvio Rodríguez: es igual. Jamás con los fuegos de artificio y el tronar de los cañones, wagneriano y apocalíptico como la Cabalgata de las Walkirias, sino al ritmo rascabuchero, desentonado y polvoriento de Alí Primera y Reyna Lucero, de Cristóbal Jiménez y Roque Valero. Lo que es igual, no es trampa. Falta Herbert von Karajan, pero para eso están el maestro Abreu y su carnal Dudamel. Para entonar la cabalgata de las chavistas. Con arpa, cuatro y corno inglés.
La muerte de Chávez, como la de Hitler, ha dejado una nación al garete. En manos de sus compinches más zarrapastrosos y desalmados, una mafia de asaltantes de camino que en un país hecho y derecho, adulto, con un elemental nivel de raciocinio jamás hubieran asaltado el poder. Y de haberlo hecho ya estarían en la cárcel. Pero Venezuela no es ni hecha ni derecha, ni adulta, ni de elemental raciocinio. Es como si muerto Hitler, no hubieran intentado gobernar los mariscales de sus otrora gloriosos ejércitos, sino su chófer con su esposa, una matrona mafiosa y mal agestada, su guardaespaldas, enriquecido a sus expensas, su mucama y su amigo íntimo.
Súbase a un taxi: se encontrará con un chavista gruñón y desesperado, que fuera un chavista irredento y hoy odia con toda las fuerzas de sus entrañas al actual mandamás, al que desprecia. Pregúntele a su plomero, un peruano que amaba a Chávez porque le hizo posible viajar todos los años a verse con sus amigos limeños pues disfrutaba de tronco de negocio: cobrar sus reparaciones a precio de dólar negro y cambiarlo todos los meses a dólares SEBIN. Pregúnteles a su jardinero y a su empleada doméstica, que hacían lo mismo – vivir en la tierra de Jauja del delirio chavista – y se encontrará con el deseo de estrangular a quien a poco de morir Chávez le quitó el CUPO, lo condenó a hacer cola para no encontrar nada, lo tiene encerrándose en su rancho en cuanto oscurece, no lo vayan a siquitrillar los malandros del Colectivo del barrio, al que dominan como los leones africanos: son los reyes de esta selva.
Converse con los funcionarios de cualquier repartición pública y espere que se descuide el jefe para recibir la andanada de denuestos y groserías contra el que te conté. Prométase regalarle su carro al primer cabello-madurista que encuentre, porque no encontrará ninguno. El odio es parido y generalizado. Los saben brutos, rufianes, mafiosos, ignorantes, ladrones, inescrupulosos, ineptos, analfabetas, traidores y vendidos a los cubanos, a los que aprendieron a odiar más que a los gringos, a los que por lo demás jamás odiaron. Esperan como cocodrilos en boca de caño para caerles a saco en cuanto se de la orden de partida. Pues el odio, el despecho, la arrechera suelen ser, en situaciones como estas, absolutamente incontrolables.
Si juzgo por lo que ven mis ojos y escuchan mis oídos, la oposición debiera ganar las próximas elecciones por un mínimo de sesenta puntos de diferencias: 80 a 20. Un taxista petareño, al preguntarle qué le parecía la situación que estamos viviendo, se volvió con mala cara y sin decirme agua va por poco me grita: “si no se va por las buenas, le cambiaremos la asamblea de arriba abajo en diciembre”. Es la máxima expresión de sabiduría política que han escuchado mis desconfiados oídos desde hace dieciséis años.
Al preguntarle qué haríamos si cometen un fraude para tapar el hueco descomunal, el taxista petareño me dijo sin pestañar: “no será un caracazo, será un Venezolanazo.” Ya me estaba bajando de su destartalado carrito. Se fue maldiciéndole a su señora madre...
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altSi los aliados se hubieran conformado en abril de 1945 con abandonar Alemania a su suerte, retirándose de su suelo luego de la conquista de Berlín y el suicidio de Adolfo Hitler,

el mundo hubiera visto el caos, la desintegración y el hundimiento del Tercer Reich en vivo, en directo y en tercera dimensión. Con colas, asaltos, asesinatos callejeros, canibalismo desatado. Pues muerto Hitler y derrotados sus ejércitos no quedó nada en pie de lo que un día fuera el glamoroso reinado del horror hitleriano. Alemania, grado cero.

No es lo mismo, naturalmente, pero como bien dice la canción de Silvio Rodríguez: es igual. Jamás con los fuegos de artificio y el tronar de los cañones, wagneriano y apocalíptico como la Cabalgata de las Walkirias, sino al ritmo rascabuchero, desentonado y polvoriento de Alí Primera y Reyna Lucero, de Cristóbal Jiménez y Roque Valero. Lo que es igual, no es trampa. Falta Herbert von Karajan, pero para eso están el maestro Abreu y su carnal Dudamel. Para entonar la cabalgata de las chavistas. Con arpa, cuatro y corno inglés.

La muerte de Chávez, como la de Hitler, ha dejado una nación al garete. En manos de sus compinches más zarrapastrosos y desalmados, una mafia de asaltantes de camino que en un país hecho y derecho, adulto, con un elemental nivel de raciocinio jamás hubieran asaltado el poder. Y de haberlo hecho ya estarían en la cárcel. Pero Venezuela no es ni hecha ni derecha, ni adulta, ni de elemental raciocinio. Es como si muerto Hitler, no hubieran intentado gobernar los mariscales de sus otrora gloriosos ejércitos, sino su chófer con su esposa, una matrona mafiosa y mal agestada, su guardaespaldas, enriquecido a sus expensas, su mucama y su amigo íntimo.

Súbase a un taxi: se encontrará con un chavista gruñón y desesperado, que fuera un chavista irredento y hoy odia con toda las fuerzas de sus entrañas al actual mandamás, al que desprecia. Pregúntele a su plomero, un peruano que amaba a Chávez porque le hizo posible viajar todos los años a verse con sus amigos limeños pues disfrutaba de tronco de negocio: cobrar sus reparaciones a precio de dólar negro y cambiarlo todos los meses a dólares SEBIN. Pregúnteles a su jardinero y a su empleada doméstica, que hacían lo mismo – vivir en la tierra de Jauja del delirio chavista – y se encontrará con el deseo de estrangular a quien a poco de morir Chávez le quitó el CUPO, lo condenó a hacer cola para no encontrar nada, lo tiene encerrándose en su rancho en cuanto oscurece, no lo vayan a siquitrillar los malandros del Colectivo del barrio, al que dominan como los leones africanos: son los reyes de esta selva.

Converse con los funcionarios de cualquier repartición pública y espere que se descuide el jefe para recibir la andanada de denuestos y groserías contra el que te conté. Prométase regalarle su carro al primer cabello-madurista que encuentre, porque no encontrará ninguno. El odio es parido y generalizado. Los saben brutos, rufianes, mafiosos, ignorantes, ladrones, inescrupulosos, ineptos, analfabetas, traidores y vendidos a los cubanos, a los que aprendieron a odiar más que a los gringos, a los que por lo demás jamás odiaron. Esperan como cocodrilos en boca de caño para caerles a saco en cuanto se de la orden de partida. Pues el odio, el despecho, la arrechera suelen ser, en situaciones como estas, absolutamente incontrolables.

Si juzgo por lo que ven mis ojos y escuchan mis oídos, la oposición debiera ganar las próximas elecciones por un mínimo de sesenta puntos de diferencias: 80 a 20. Un taxista petareño, al preguntarle qué le parecía la situación que estamos viviendo, se volvió con mala cara y sin decirme agua va por poco me grita: “si no se va por las buenas, le cambiaremos la asamblea de arriba abajo en diciembre”. Es la máxima expresión de sabiduría política que han escuchado mis desconfiados oídos desde hace dieciséis años.

Al preguntarle qué haríamos si cometen un fraude para tapar el hueco descomunal, el taxista petareño me dijo sin pestañar: “no será un caracazo, será un Venezolanazo.” Ya me estaba bajando de su destartalado carrito. Se fue maldiciéndole a su señora madre...

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