“Bachazuela”: varios días en la cola |
Escrito por Ángel Arellano | @angelarellano |
Jueves, 23 de Abril de 2015 01:40 |
“Bachazuela”: varios días en la cola
Sosteniendo una bolsa de papel que goteaba el aceite de un par de empanadas, una señora se defendía de las miradas. Eran las once de la mañana y dijo tener cuatro días en el sitio. Aquel fue el quinto desayuno en la misma posición: la acera de enfrente del establecimiento J.J. Pérez Alemán, una venta de electrodomésticos ubicada en la ruidosa avenida Intercomunal de Barcelona.
Decenas de familias se reunieron algunas lunas atrás a esperar el camión que vendría cargado de neveras, equipos de aire acondicionado, y, según el rumor de un funcionario de la Superintendencia de Precios Justos, algunos televisores. Éstos últimos son los más buscados. La mayoría de quienes invierten varios días de sus vidas en esta fila aspiran hacerse con uno o dos de estos equipos.
La acera se convirtió en un campamento improvisado. No faltaron quienes emitieron groserías e insultos a las personas de la cola, sin embargo, para nuestra sorpresa, terminaron siendo mayoría, según una breve inspección ocular de una hora, los que se detenían a preguntar la factibilidad del sacrificio, evaluando unirse.
Sábanas, toallas, sombrillas, cartones, incluso edredones para cubrirse del frío que eventualmente trae la brisa de la noche, forman las tiendas que alojan a los protagonistas de la espera. Pacientemente se apuntan en listas, reparten números y acuerdan representantes que hacen de enlace con los vigilantes del local. Los cuerpos de seguridad del Estado sólo rondan la zona pocas veces en el día para garantizar que la situación no se salga de curso, aunque se han desarrollado un par de balaceras en los varios meses que lleva la dinámica.
Sillas de playa, bancos de madera o plástico, gaveras de malta, cerveza o refrescos, bloques y hasta neumáticos, son los asientos de quienes han dejado su oficio para aventurarse en esta espera. Pareciera una zona marcada por el conformismo y la resignación. Hay muchas caras tristes, otras furiosas, algunas serias, pero todas expectantes, dándole vivas a la suerte para que puedan adquirir lo esperado.
“La gente siempre pregunta que por qué uno está aquí aguantando sol, calor y humo. Como que no ven lo que pasa en el país con esta peladera”, expresó la señora tras culminar los bocados: “Muchos compran para revender, sí es verdad, pero la mayoría nos calamos este viacrucis para tener algo para la familia. Es la única manera de conseguir barato”. Su cabello registra algunas canas, puede estar finalizando la quinta década de su vida. Se veía fatigada, afectada por la insolación. Devolvía el mandado a los que lanzaban improperios desde los autobuses.
Minutos después, se escucharon lamentos y una ola de vulgaridades. Recordaron la madre de los dueños de J.J. Pérez Alemán y la del Presidente de la República. ¿El motivo? Un vigilante había pasado el dato de que el camión con los productos no llegaría. Un accidente en la vía de Caracas hacia oriente había ocasionado su retorno a la capital.
Era el mediodía del viernes. Apenas el calor comenzaba su momento asfixiante. Los miembros de la fila debían seguir esperando. La empresa notificó que el transporte llegaría el lunes y pidió a los clientes del campamento que vinieran la semana próxima. Pero no, ahí se quedaron, en la intemperie de la acera, en la adversidad de la avenida. Comiendo cualquier “bala fría”, durmiendo con un ojo abierto, contando con baños ajenos y haciendo del periódico prestado un compañero infalible.
Ángel Arellano
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www.angelarellano.com.ve
Sosteniendo una bolsa de papel que goteaba el aceite de un par de empanadas, una señora se defendía de las miradas. Eran las once de la mañana y dijo tener cuatro días en el sitio. Aquel fue el quinto desayuno en la misma posición: la acera de enfrente del establecimiento J.J. Pérez Alemán, una venta de electrodomésticos ubicada en la ruidosa avenida Intercomunal de Barcelona. Decenas de familias se reunieron algunas lunas atrás a esperar el camión que vendría cargado de neveras, equipos de aire acondicionado, y, según el rumor de un funcionario de la Superintendencia de Precios Justos, algunos televisores. Éstos últimos son los más buscados. La mayoría de quienes invierten varios días de sus vidas en esta fila aspiran hacerse con uno o dos de estos equipos. La acera se convirtió en un campamento improvisado. No faltaron quienes emitieron groserías e insultos a las personas de la cola, sin embargo, para nuestra sorpresa, terminaron siendo mayoría, según una breve inspección ocular de una hora, los que se detenían a preguntar la factibilidad del sacrificio, evaluando unirse. Sábanas, toallas, sombrillas, cartones, incluso edredones para cubrirse del frío que eventualmente trae la brisa de la noche, forman las tiendas que alojan a los protagonistas de la espera. Pacientemente se apuntan en listas, reparten números y acuerdan representantes que hacen de enlace con los vigilantes del local. Los cuerpos de seguridad del Estado sólo rondan la zona pocas veces en el día para garantizar que la situación no se salga de curso, aunque se han desarrollado un par de balaceras en los varios meses que lleva la dinámica. Sillas de playa, bancos de madera o plástico, gaveras de malta, cerveza o refrescos, bloques y hasta neumáticos, son los asientos de quienes han dejado su oficio para aventurarse en esta espera. Pareciera una zona marcada por el conformismo y la resignación. Hay muchas caras tristes, otras furiosas, algunas serias, pero todas expectantes, dándole vivas a la suerte para que puedan adquirir lo esperado. “La gente siempre pregunta que por qué uno está aquí aguantando sol, calor y humo. Como que no ven lo que pasa en el país con esta peladera”, expresó la señora tras culminar los bocados: “Muchos compran para revender, sí es verdad, pero la mayoría nos calamos este viacrucis para tener algo para la familia. Es la única manera de conseguir barato”. Su cabello registra algunas canas, puede estar finalizando la quinta década de su vida. Se veía fatigada, afectada por la insolación. Devolvía el mandado a los que lanzaban improperios desde los autobuses. Minutos después, se escucharon lamentos y una ola de vulgaridades. Recordaron la madre de los dueños de J.J. Pérez Alemán y la del Presidente de la República. ¿El motivo? Un vigilante había pasado el dato de que el camión con los productos no llegaría. Un accidente en la vía de Caracas hacia oriente había ocasionado su retorno a la capital. Era el mediodía del viernes. Apenas el calor comenzaba su momento asfixiante. Los miembros de la fila debían seguir esperando. La empresa notificó que el transporte llegaría el lunes y pidió a los clientes del campamento que vinieran la semana próxima. Pero no, ahí se quedaron, en la intemperie de la acera, en la adversidad de la avenida. Comiendo cualquier “bala fría”, durmiendo con un ojo abierto, contando con baños ajenos y haciendo del periódico prestado un compañero infalible. Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla @angelarellano www.angelarellano.com.ve |
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