Entre sapos y resignados |
Escrito por Antonio José Monagas | X: @ajmonagas |
Lunes, 20 de Abril de 2015 01:36 |
ENTRE SAPOS Y RESIGNADOS
Antonio José Monagas
Las realidades son inexorables. Eso es indiscutible. Pero más aún, irreversibles. Sobre todo, si se atienden las influencias y exigencias que las distintas dinámicas demandan. Esta forma de describir las situaciones que embargan la vida, dan cuenta de los cambios a los que vienen sometiéndose los pueblos. Ninguno escapa a dichas contingencias.
Venezuela, si bien se ha visto atrapada en ese marasmo, sus variaciones tomaron un rumbo no sólo inesperado. Peor aún, alejado de los giros que caracterizaron la movilidad de países muy semejantes en su idiosincrasia a Venezuela. Sólo que ésta se desvió del camino por el cual transita la democracia. Aunque ofuscada por dicha razón, comenzó a vivir un periplo de contrariedades que marcaron su separación de amplias tradiciones que le depararon nuevas actitudes totalmente ajenas a las que históricamente pudo cultivar.
El régimen que el pueblo se dio mediante el voto secreto, universal y directo, en 1998, destempló condiciones que en un principio animaron el devenir de una población que, a pesar de múltiples dificultades de toda índole, siempre vivió con la esperanza de disfrutar un país cuya calidad de vida fuera referencia mundial en todos los sentidos. Pero además, ese proceso político signado por las elecciones presidenciales de finales del siglo XX, sirvió para que el país se desencajara históricamente de algunos logros hasta ese momento alcanzados. Especialmente, en cuanto a desarrollo económico. No así, en desenvolvimiento político.
Esto llevó a que la población venezolana comenzara a insumirse en procesos políticos seriamente estropeados. Y que derivaron en saltos e interrupciones del modo de concienciar en el venezolano valores de autoestima y de respeto al otro. Fueron momentos en que se fraguaron actitudes un tanto discordantes con nociones de civilidad y preceptos de urbanidad a los que décadas atrás aludió el Manuel de Carreño. La cultura política del venezolano se desarticuló tanto, que se convirtió en causa de intolerancia, insolidaridad y desvergüenza.
Fue así como la sociedad se vio fracturada en su esencia ciudadana. Políticamente, se radicalizaron o extremaron acciones que terminaron partiéndola en más de tres secciones. Tan crudo fue ese proceso, que buena parte de la población sencillamente se resignó a sobrellevar las inclemencias de un régimen que creció en odio, egoísmo e incompetencia. La gestión de gobierno se redujo a meras acciones proselitistas. Más, cuando se extraviaron objetivos de desarrollo que empleó el gobierno para ganar afectos.
Hoy Venezuela pareciera haber desparecido del mapa geopolítico latinoamericano por la mediocridad que sembró en cada decisión tomada. Ahora el régimen busca valerse de soplones para informarse de lo que a su alrededor acontece. De manera que en medio de tanto desespero, la tendencia es a vivir entre sapos y resignados. Las realidades son inexorables. Eso es indiscutible. Pero más aún, irreversibles. Sobre todo, si se atienden las influencias y exigencias que las distintas dinámicas demandan. Esta forma de describir las situaciones que embargan la vida, dan cuenta de los cambios a los que vienen sometiéndose los pueblos. Ninguno escapa a dichas contingencias. Venezuela, si bien se ha visto atrapada en ese marasmo, sus variaciones tomaron un rumbo no sólo inesperado. Peor aún, alejado de los giros que caracterizaron la movilidad de países muy semejantes en su idiosincrasia a Venezuela. Sólo que ésta se desvió del camino por el cual transita la democracia. Aunque ofuscada por dicha razón, comenzó a vivir un periplo de contrariedades que marcaron su separación de amplias tradiciones que le depararon nuevas actitudes totalmente ajenas a las que históricamente pudo cultivar. El régimen que el pueblo se dio mediante el voto secreto, universal y directo, en 1998, destempló condiciones que en un principio animaron el devenir de una población que, a pesar de múltiples dificultades de toda índole, siempre vivió con la esperanza de disfrutar un país cuya calidad de vida fuera referencia mundial en todos los sentidos. Pero además, ese proceso político signado por las elecciones presidenciales de finales del siglo XX, sirvió para que el país se desencajara históricamente de algunos logros hasta ese momento alcanzados. Especialmente, en cuanto a desarrollo económico. No así, en desenvolvimiento político. Esto llevó a que la población venezolana comenzara a insumirse en procesos políticos seriamente estropeados. Y que derivaron en saltos e interrupciones del modo de concienciar en el venezolano valores de autoestima y de respeto al otro. Fueron momentos en que se fraguaron actitudes un tanto discordantes con nociones de civilidad y preceptos de urbanidad a los que décadas atrás aludió el Manuel de Carreño. La cultura política del venezolano se desarticuló tanto, que se convirtió en causa de intolerancia, insolidaridad y desvergüenza. Fue así como la sociedad se vio fracturada en su esencia ciudadana. Políticamente, se radicalizaron o extremaron acciones que terminaron partiéndola en más de tres secciones. Tan crudo fue ese proceso, que buena parte de la población sencillamente se resignó a sobrellevar las inclemencias de un régimen que creció en odio, egoísmo e incompetencia. La gestión de gobierno se redujo a meras acciones proselitistas. Más, cuando se extraviaron objetivos de desarrollo que empleó el gobierno para ganar afectos. Hoy Venezuela pareciera haber desparecido del mapa geopolítico latinoamericano por la mediocridad que sembró en cada decisión tomada. Ahora el régimen busca valerse de soplones para informarse de lo que a su alrededor acontece. De manera que en medio de tanto desespero, la tendencia es a vivir entre sapos y resignados. |
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