Las realidades suelen ser cruelmente engañosas. Sobre todo, cuando persisten intereses políticos en retocarlas con colores de demagogia y trazos de hipocresía

pues de su remozada imagen depende cuánto puede calar la mentira administrada con apretado aspecto de veracidad. Así que hay que escudriñar su naturaleza para hallar su verdadera identidad. Los últimos acontecimientos, evidencian el infortunio que ha devenido de una gestión de gobierno que ni siquiera sabe responder por sus decisiones. Casi todas, improvisadas. O cuando mucho, violentadas entre “gatos y medianoche”. Incluso, manoseadas de los anales de un socialismo enredador.

Las heridas de las presentes realidades nacionales, son casi mortales. Tanto que, a pesar de dominar un populismo cuya única cualidad es la de fomentar un imaginario que a todas luces es chocarrero y artificioso, o por más hegemonía comunicacional que maneje el régimen, no será posible liquidar la verdad. Tampoco, evitar la inseguridad puesto que la misma es parte de la agenda que diariamente promueve el régimen mediante sus grupos de choque, su policía “política”  y sus contingentes de esbirros uniformados de verde.

El país perdió el brillo que le infundían las emociones de venezolanos convencidos de estar ganando calidad de vida. Ahora, los días fueron copados de miedo. Del temor de toparse con asesinos revestidos de impunidad. De militantes de alguna facción del oficialismo que por vestir de rojo, creen sentirse con el poder suficiente para vejar y oprimir a quien está en la otra acera. La inseguridad está carcomiéndose al país. La inflación también. Y todavía el régimen se empeña en decir que hay “patria”. ¿Cuál? Será la del recuerdo. Así que entre tanto revoltillo, el país tristemente se convirtió en el laberinto del horror.

@ajmonagas

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