Persona non grata
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Domingo, 27 de Julio de 2014 14:18

altVenezuela es un parque jurásico. Se quedó entrampada en las redes de la fetidez cuartelera de una manga de desarrapados, ladrones, narcotraficantes, arribistas y negociantes.

Al MERCOSUR, in memoriam

Los cambios de paradigmas vividos en esos últimos cuarenta años en el mundo, y sus efectos devastadores en América Latina, son sencillamente arrolladores, así muy pocos sean los que lo aprecian, pues arrasaron con principios y razones: en nuestra región, lo que entonces era una dictadura, por ejemplo la de los generales del Cono Sur, ya no lo es. Lo que era una tiranía totalitaria, como la de los hermanos Castro, tampoco. Todavía nadie sabe con certeza ni puede definir lo que han llegado a ser, pero lo que fueran, ya no lo son. De ninguna manera.

Las clásicas coordenadas que definían a un régimen dictatorial – anulación de la separación de los poderes y su concentración en una sola mano, ya no lo definen. La anulación de la libertad de expresión, ni la anula ni la reafirma. El derecho de propiedad sigue tan rampante como antes, pero la ley de la oferta es supraconstitucional y, naturalmente, inviolable: si un régimen asalta y controla el poder financiero pudiendo de ese modo superar toda oferta imaginable tras la compra de los medios, los compra. ¿Quién habría de negarse a vender por un millón lo que vale cien mil? Un necio.

Obviamente: tampoco lo que fuera un presidente ejemplarmente democrático, como Rómulo Betancourt o un líder latinoamericanista como Raúl Haya de la Torre, son paradigmas democráticos. Y si es así a nivel regional, lo es muchísimo más a nivel global. Después de cuarenta años no es John F. Kennedy, descendiente de la rancia estirpe de europeos libertarios llegados en el Mayflower,  el adalid de Occidente: es un descendiente de islamistas de proveniencia desconocida, por cuya sangre podría circular la cimitarra que conquistó Al Andalus. Ni en China manda un clásico líder del comunismo originario, como Mao Tse Tung, sino un señor anónimo, gris e imperceptible que se asemeja más a un capitán de grandes industrias y empresas que a un combatiente de la Guerra Larga. No carga una Kalashnikoff, sino una laptop. Va por el mundo comprando y vendiendo, prestando y amasando. No hablemos de aquellos bolcheviques que sacudieron al mundo: detrás de los despojos de Stalin sombrea en Rusia un aparatschick que bajo las coordenadas de Lenin no hubiera llegado a lustrabotas del Kremlin.

Es la tónica de los nuevos tiempos, que bajo estas insólitas coordenadas sólo puede captarla en toda su abismal dimensión quien haya vivido a plenitud los anteriores, de los cuales sólo sobrevive, en América Latina, la ruina desdentada, encogida, arrugada de Fidel Castro. Pero ni él: fusiló a un heroico general, el mejor que hayan tenido sus ejércitos por sospecha de tráficos indebidos – en realidad: por celos políticos - , pero su hombre en Caracas se rompe los dientes en defensa del mayor narcotraficante de nuestra historia. Que hasta puede estar asegurando los cinco mil millones de dólares que recibe anual y religiosamente de la que antaño fuera su más encarnizada enemiga: Venezuela. Los paradigmas han cambiado como cada tantos milenios cambia el eje de la tierra: los trópicos son los polos y los polos se han vuelto tropicales.

Las señoras y señores que fungen de mandatarios y hoy nos visitan en representación de sus Estados pertenecen a la hornada intermedia, la que tiene un pie en ese pasado y otro, titubeante, en el presente. Sirven de tránsito a una nueva generación de la que apenas tenemos atisbos en la insólita, desenfadada, ambiciosa y pragmática nueva clase política que se asoma en los ventanales panorámicos y las alturas vertiginosas de los nuevos partidos. Por darles algún nombre. Aceptan el brutal cambio de paradigmas y los legitiman, pero siguen aferrados a los viejos códigos, a los viejos lenguajes, a las viejas metáforas. Sirven de mascarada, de coartada a democracias dictatoriales o a dictaduras democratoides. Ni chicha ni limonada.

Sucede lo mismos con etiquetas e ideologías. Se acabaron los tiempos de socialistas elegantes, cultos, educados y llenos de idealismo, como por ejemplo el médico legista chileno Salvador Allende, de la misma estirpe que el berlinés Willy Brandt, el francés François Mitterand y el sueco Olof Palme. O caudillos peinados a la gomina que no sudaban, como Juan Domingo Perón, tan nacionalistas que prohibían la correcta pronunciación del inglés y bajo ningún pretexto hubieran tenido cuentas bancarias en los Estados Unidos. Que por más desastres que causaran lo hacían como a pesar de ellos, por la torcedura impensada de los acontecimientos. De los de ahora no se sabe ni dónde nacieron: son palurdos, incultos, groseros, bestiales y vacíos de todo valor interior. Del que ya no se necesita para aspirar a la presidencia de una república: bastan las agallas. Saquean a manos llenas ante el jolgorio de las organizaciones multinacionales. Como Nicolás Maduro, Evo Morales o Daniel Ortega. Zafios, tragaldabas, ambiciosos por la minucia, la propina, el detalle, si bien capaces de engullirse un presupuesto nacional sin que se les irriten las cuerdas vocales. No se hable de las mujeres presidentas: caras de bobas o de viejas brujas, pero de dentelladas feroces.

Es un giro copernicano. El Siglo XX cambalache, problemático y febril de Enrique Santos Discépolo – el de las angustias existenciales, el agobio por la muerte y las preguntas sin respuestas - ha dado paso al Siglo XXI, satisfecho, rico hasta el hartazgo, cínico, liso, romo, carente de perfiles, ni de izquierdas ni de derechas, ni leninista ni hitleriano, comme si comme ça, pero cortante e inmoral como una hojilla de afeitar. Marx es un cachivache. Heidegger, un recogelatas, Sartre un viejo verde. Se murió la filosofía. Se murió la política, se extinguieron los estadistas. Viva la administración, vivan las encuestas, alabados sean los numeritos. Vale todo. Negociemos. Dialoguemos al pie de los asesinados. El que no roba, no mama y el que no afana es un gil.

Venezuela es un parque jurásico. Se quedó entrampada en las redes de la fetidez cuartelera de una manga de desarrapados, ladrones, narcotraficantes, arribistas y negociantes. La bandera es un trapo agujereado con el que ya ni se puede fregar el piso. La honra, una comiquita. La Patria, un asilo de ancianos.

¿A qué vienen estas señoras y estos señores? ¿Qué valores pueden exhibir quienes por mala costumbre son llamados o se autocalifican de presidentes que no sea vender o comprar algún pellejo sobrante? ¿Qué puede interesarles el honor, la dignidad, la decencia, la tradición, la cultura y la inteligencia a quienes le extienden el babero  y le recogen los mocos como nietas piadosas a su abuelito derrengado, al asesino habanero que vuelve a contar por enésima vez que asaltó el cuartel Moncada hace sesenta años y se echó al pico a miles y miles de desgraciados cubanos? ¿O se abrazaran con un dueño de casa descaradamente al servicio de la tiranía que nos gobierna? Cosa de la que, por supuesto, tienen perfecta conciencia. Serán brujas, pero no brutas.

Sesiona, pues, el pleno de MERCOSUR. Atendido en Caracas por un ex chofer de Metrobus, un tirapiedras consuetudinario,  un capitán ayer muerto de hambre que hoy se ahoga en miles de millones de dólares y una pandilla de mafiosos de quienes ninguno de ellos se acordará en veinte años, cuando el mundo, tal vez, vuelva a ser lo que un día fuera. El encargado oficial de tráficos clandestinos  se disculpa: está de vacaciones, en una islita holandesa.

Total, para qué si ya da lo mismo. Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo, todos manoseados…


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