Sangre en el río
Escrito por Milagros Socorro (periodista)   
Domingo, 09 de Agosto de 2009 14:05

altMiente. A sabiendas. Para confundir. Para ver cómo se zafa de una acusación que viene a echar un nuevo punto de cruz en el bordado de sus relaciones con la guerrilla colombiana. Chávez dijo, este miércoles, en rueda de prensa con corresponsales extranjeros, que los lanzacohetes de propiedad venezolana encontrados en poder de las FARC habían sido robadas por esa banda, en 1995, durante el asalto al Puesto de Control de la Armada Venezolana AN Manuel Echeverría, en el eje fluvial Río Meta Internacional, Cararabo, estado Apure. 


Pero el Presidente o sus asesores tienen que saber que ese ataque fue perpetrado por el Ejército de Liberación Nacional ELN, (lo que se constató gracias a una grabación de radio entre ellos tras el ataque; equipamiento dejado por los guerrilleros con las insignias ELN y, claro, por informaciones posteriores de inteligencia). Y no por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, como éstas se encargaron de aclarar. Esto se supo en su momento. Cómo es que ahora Chávez se desentiende del asunto con el cuento de que las armas encontradas en la selva colombiana fueron sustraídas en aquel atentado de 1995, cuando él no era un potentado sino exconvicto por intento de golpe de Estado. 


A las 23:15 del 25 de febrero de 1995 más de un centenar de guerrilleros del ELN cayó sobre el puesto de Cararabo, que estaba en alerta por la presencia de irregulares en la zona. Sin embargo, al momento del asedio, según consta en el informe elaborado después, el comandante de la unidad estaba jugando truco con un suboficial, un sargento y un cabo, en un recinto aislado por el zumbido del aire acondicionado. A las 4 de la mañana, cuando todo había terminado, quedaron tendidos los cadáveres de ocho infantes de Marina: 2 sargentos, 4 cabos y 2 infantes; y 12 efectivos heridos. Un desastre. Una espantosa resaca de saña y sangre atribuible al hecho de que el puesto no estaba bien fortificado (un puesto de guardia estaba solo con un infante, los dos de refuerzo estaban durmiendo en otro lado), y a un ataque brutal, con granadas de fusil arrojadas a espuertas por un enemigo superior en número (de 3 a 1) y drogado en su casi totalidad. Algunos cuerpos presentaban el corte de corbata (tajo en el cuello por donde se saca la lengua), hecho por mujeres guerrilleras tras la muerte de los uniformados. En su huida se llevaron 10 fusiles, 3 ametralladoras, 2 morteros, y 5 armas “muy sofisticadas”, como se dijo entonces, incluido, por cierto, un AT4 con su respectiva munición. Uno solo.


El informe secreto presentado por la Inspectoría General de la Armada tuvo una andadura intensa. Pero jamás se castigó a los militares y civiles responsables de los acontecimientos, bien por participación (traición a la Patria), por negligencia o cobardía. Durante las investigaciones se capturó a un colaborador que actuó en el asalto. No pisó la cárcel. Vive en Puerto Ayacucho con su madre, que era empleada de la Armada y colaboró con los guerrilleros; lo mismo que el chofer del camión que había llegado al puesto esa tarde con combustible, y quien sabía del inminente asalto.


Hay un informe. Unos testigos. Unos investigadores. A la Presidencia le bastaría consultarlos para actualizar e lo que pasó. Y, de paso, hacer justicia, del mismo modo en que se han reabierto los procesos del Caracazo y de Cantaura. 


Chávez aduce que la matanza de Cararabo fue obra de las FARC, que por eso  tienen el armamento con serial venezolano. Pero si es así, estaría aludiendo a los asesinos de los militares venezolanos, hienas que sacrificaron infantes de Marina con decenas de balazos, degollaron centinelas y destrozaron el rostro de alguno con una granada. Cómo es entonces que, sabiendo esto, recibe en Miraflores a quienes tienen las manos manchadas de sangre venezolana; dice que nuestro país milita con las FARC; pide un minuto de silencio en la Asamblea Nacional tras la muerte de uno de sus cabecillas y niega la condición de terroristas que les ha dado la comunidad internacional. 


Eso no es lo que merecen los caídos: sargento primero José Orlando Colmenares, sargento segundo José Gregorio Armada Aponte; los cabos segundo José Ascanio Aponte, Jacinto Viloria Pérez, Nelson Gregorio Contreras, Ernán Eloy Graterol Tovar; y los distinguidos Félix Ramón Guarenas Silva y Cándido Arenas Mendoza. Honra a su memoria.


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