El Lunes 12
Escrito por Ignacio Ávalos Gutiérrez   
Miércoles, 07 de Julio de 2010 07:29

altEl lunes después amanece igual a los lunes de antes,  a los de antes del Mundial, digo. Te levantas y no tienes como programa único e inevitable el fútbol. Escoger dónde ver los partidos y con quien. Inventarte excusas para no ir a reuniones y postergar la entrega de trabajos, sin que te importe que todos sospechen en lo que andas. Averiguar cómo estás en las quinielas, elaboradas gracias a una combinación arbitraria de razones, sentimientos, prejuicios, corazonadas y vísceras, por eso te inclinaste por Holanda y España y descartaste a Alemania y en cambio pusiste a México y Argentina. Mirar, en fin, la prensa y la televisión para  informarte de los juegos del día y poder verlos, luego, con autoridad.

El lunes después caes en la cuenta de que el mundo ya no es más un balón, como crees que dijo Galileo, cuando aun no se había creado la FIFA. Te enteras que a nadie le preocupa la crisis del equipo italiano ni el rumor de que van a abandonar el “catenaccio”. Que ya no interesa si en Brasil decidieron prescindir de Dunga y pedirle perdón a Ronaldinho. Tampoco importa la suerte del seleccionado francés ni de su astrólogo entrenador.  Ni la tecnofobia de la FIFA. Ni por qué Africa parecía que sí, pero resulto que no. Ni si Maradona seguirá siendo Maradona después del cuatro a cero en cuartos de final. Ni si a Messi le falta el Barcelona para ser el mejor jugador del mundo. Ni si al seleccionado alemán ya no se le puede despachar con estereotipos – panzers, soldados y cosas así -, reconociendo que jugaron un buen futbol, asomando  la hipótesis antropológica de que acaso sea por porque se trata de un equipo multi cultural, menos corpulento, con más melanina en la piel, en fin, menos germano. Ya nada de eso importa.

Te percatas, así pues, de que el mundo dejó de ser una inmensa pelota puesta en la pantalla, vista por millones de terrícolas, tu entre ellos, sabiendo, al fin, lo que es la aldea global, tanto que te lo explicaron y nunca lo alcanzabas a comprender, siempre creíste que era un invento del capitalismo salvaje. El lunes después adviertes, en fin, que hay otros temas de preocupación, que no todo gira alrededor del resultado de esta tarde. Que la realidad todavía existe, aunque hayas prescindido de ella. Que siempre estuvo allí y que mientras estabas distraído con el televisor, se transformó sin pedirte permiso. Sabrás, pues, que debes sumergirte en ella de nuevo, aunque digan los médicos que se ha comprobado que es  nociva para la salud.

Así, el lunes después, la pantalla no te mostrará más los estadios repletos. En su lugar estará alguien contándote la realidad con premeditación y alevosía para que no te escapes de ella, como lo hiciste durante treinta días. Alguien contándote de Irán y la cuestión nuclear, del derrame petrolero en el Golfo de México, mientras la BP casi pone carita de yo no fui,  o tratando de asustarte con los pronósticos de Paul Krugman sobre la economía del planeta. En el plano doméstico te informará acerca de cómo miles de toneladas de comida, podridas en unos contenedores, representan un problema ideológico, no de incompetencia y corrupción.  Te hablara, así mismo, de las elecciones parlamentarias y de encuestas que no coinciden, de las andanzas de Diego Arria en plan de prócer o te comentará de un alto funcionario anunciándonos, desde su complacencia burocrática, que hay más asesinatos en la capital del imperio que en Caracas y así, noticia tras noticia, uf, no más, por favor, dénmelas poco a poco, una cucharadita cada doce horas, mientras me acostumbro de nuevo.  

En fin, el lunes después amaneces con el ánimo caído, como abatido por una especie de disfunción eréctil. Le pides al cielo que te devuelva el sentido de la vida y te indique cómo hacer  para vivir sin el fútbol nuestro de cada día. Sientes la necesidad de ver un psiquiatra que te quite la depresión, recéteme un paquete de prozac, le imploras. O la urgencia de acudir a un  acupunturista chino  para que te coloque un par de agujas en el alma y puedas olvidar las vuvuzelas,  es que te come el desespero y necesitas la fuerza suficiente para llegar, atravesando un largo desierto de cuatro años, al Mundial de Brasil,  a fin de que  todo vuelva a ser como el mes antes del lunes 12.  Amén.

El Nacional/OyN


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