La Cumbre de las Américas, EEUU y nosotros
Escrito por Emilio Nouel V. | @ENouelV   
Viernes, 17 de Abril de 2015 01:30

LA CUMBRE DE LAS AMÉRICAS, EEUU Y NOSOTROS
Lo dicho. Más que en lo sustantivo, en lo permanente que estaba en la agenda oficial, la Cumbre se concentró en el asunto que más centimetraje mediático iba a producir: la “bendición” multilateral de la reconciliación entre EEUU y Cuba, asunto que, por lo demás, no es de poca monta, y su trascendencia es evidente para el vecindario hemisférico, aunque haya que esperar todavía sus resultados concretos.
No obstante, deseo más bien referirme, más allá de los discursos que pudimos presenciar por tv, del lamentable y fracasado papel del gobierno venezolano y de los efectos que pueda tener esta reunión en lo sucesivo, a un tema que me luce de honda significación para las relaciones políticas y económicas de nuestro continente.
“We are all americans” ha dicho el señor Obama a propósito del inicio del reencuentro con Cuba.
A pesar de que el presidente norteamericano, al comienzo de su primer mandato, era poco lo que conocía de sus vecinos del hemisferio -nunca pisó en su vida país alguno al sur del Rio Bravo- esta frase, 6 años después, denota un cambio importante de su visión, lo cual en un norteamericano típico ya es decir mucho.
Con este “Todos somos americanos”, Obama retoma el discurso que desde finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, los founding fathers del Norte, Centro y Suramérica enarbolaron al lanzarse a la aventura independentista y enfrentar a los imperios europeos.
En aquellos años se oían las expresiones: “El nuevo mundo es nuestra patria”, “la causa de América”, “americanidad”, “los pueblos del continente americano” y el estigmatizado “América para los americanos”. El “Todos somos americanos”, lo asumieron entonces Jefferson, Viscardo, Madison, Miranda, Clay, Bolivar, Nariño, Hamilton, Martins, Adams, entre otros.
La idea de unión de nuestro hemisferio estaba en semilla mucho antes de la independencia. Cuando se lee a los hombres públicos de la época, se identifica un sentimiento, pensamientos y aspiraciones compartidos, más allá de las diferencias entre “anglos” e hispanos. A Pensilvania iban los revolucionarios hispanos a conspirar contra España. Un venezolano, García de Sena, traduce a Thomas Paine al español. Miranda busca apoyo en EEUU y lo consigue, e invade a Venezuela; un hijo de John Adams es capturado en esta acción.
Luego vinieron los desencuentros, no solo los de hispanoamérica con EEUU sino también, y sobre todo, entre los mismos latinoamericanos, hasta que a mediados del siglo XX se comenzaron a enderezar las cargas.
Luego de la guerra que había ganado EEUU con los aliados, se abrían nuevos horizontes. Aparece la OEA y otras instituciones regionales.
Muchos pensadores del hemisferio, apartando resentimientos históricos sobre anteriores conductas de gobiernos estadounidenses, recordaban, como Picón Salas, “la común misión de América, la teoría de la concordia y esperanza del Nuevo Mundo, que antes aproximara el pensamiento emancipador y americanista de las dos zonas e hiciera dialogar a Jefferson y Francisco de Miranda”.
Pero nunca faltaron los que se mantenían en sus trece, obsesionados con lo que representaba EEUU para el continente y el mundo, particularmente, la izquierda anacrónica latinoamericana, sin olvidar factores ubicados en la derecha política. Carlos Rangel lo decía, EEUU representaba un escándalo humillante para Latinoamérica, la cual no daba al mundo ni se daba a sí misma una explicación aceptable de su fracaso relativo; de allí que con el tiempo comenzara a racionalizar y atribuir la situación de atraso, las carencias y los diversos problemas de América Latina, al país triunfador convertido en potencia. Sin olvidar otras conductas reprochables del gobierno de EEUU, en la actualidad estamos frente a otra realidad. Ese país, aunque siga siendo el más poderoso de la tierra, ya no es único poder, pero es nuestro vecino y principal socio económico.
La visión hemisférica de Obama, sin duda, representa un cambio sustantivo y una autocrítica sobre el manejo de las relaciones exteriores de su país. Hasta no hace muchas décadas, éstas, en el fondo, han sido producto del desconocimiento recíproco y una incomprensión mutua entre Latinoamericanos y estadounidenses. Los que viven del resentimiento histórico y machaconamente recuerdan agravios pasados, con esta actitud se cierran no solo al presente, sino también al futuro que necesariamente debemos compartir con todos los países del continente, sin excepción.
El mexicano Enrique Krauze lo ha subrayado muy bien para el caso EEUU-México, observación que puede ser trasladada a toda América: “conocernos antes que condenarnos”. No nos conocemos, nos ignoramos y hasta nos hemos despreciado mutuamente.
Porque no es verdad que los males de los latinoamericanos tengan como causa EEUU. Es una gran mentira que gustan repetir los demagogos de todo pelaje, para ganar adeptos en sus electorados. Como tampoco es verdad que algunos gobiernos de EEUU no hayan cometido significativos errores en su conducta internacional.
La Cumbre de las Américas dejó claro que EEUU comienza a recuperar gran parte del liderazgo perdido en los últimos tiempos. Aun está por verse si los próximos gobiernos en ese país continúan por esa senda. Esta Cumbre también mostró que los liderazgos obsoletos, mediocres y fracasados, como el del gobierno venezolano, están en franco declive.
Países grandes, medianos y pequeños del hemisferio formamos un bloque cuya potencialidad política y económica es enorme; de allí la necesidad del entendimiento respetuoso, la estrecha cooperación y una integración que a todos traiga beneficios.
Una sola es América en su diversidad. La historia, la política, la economía y los valores compartidos nos unen en un gran conglomerado. Todos somos americanos, sin duda.
Emilio Nouel V.

altLo dicho. Más que en lo sustantivo, en lo permanente que estaba en la agenda oficial, la Cumbre se concentró en el asunto que más centimetraje mediático iba a producir:

la “bendición” multilateral de la reconciliación entre EEUU y Cuba, asunto que, por lo demás, no es de poca monta, y su trascendencia es evidente para el vecindario hemisférico, aunque haya que esperar todavía sus resultados concretos.

No obstante, deseo más bien referirme, más allá de los discursos que pudimos presenciar por tv, del lamentable y fracasado papel del gobierno venezolano y de los efectos que pueda tener esta reunión en lo sucesivo, a un tema que me luce de honda significación para las relaciones políticas y económicas de nuestro continente.  

“We are all americans” ha dicho el señor Obama a propósito del inicio del reencuentro con Cuba.   

A pesar de que el presidente norteamericano, al comienzo de su primer mandato, era poco lo que conocía de sus vecinos del hemisferio -nunca pisó en su vida país alguno al sur del Rio Bravo- esta frase, 6 años después, denota un cambio importante de su visión, lo cual en un norteamericano típico ya es decir mucho. 

Con este “Todos somos americanos”, Obama retoma el discurso que desde finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, los founding fathers del Norte, Centro y Suramérica enarbolaron al lanzarse a la aventura independentista y enfrentar a los imperios europeos.

En aquellos años se oían las expresiones: “El nuevo mundo es nuestra patria”, “la causa de América”, “americanidad”, “los pueblos del continente americano” y el estigmatizado “América para los americanos”. El “Todos somos americanos”, lo asumieron entonces Jefferson, Viscardo, Madison, Miranda, Clay, Bolivar, Nariño, Hamilton, Martins, Adams, entre otros.

La idea de unión de nuestro hemisferio estaba en semilla mucho antes de la independencia. Cuando se lee a los hombres públicos de la época, se identifica un sentimiento, pensamientos y aspiraciones compartidos, más allá de las diferencias entre “anglos” e hispanos. A Pensilvania iban los revolucionarios hispanos a conspirar contra España. Un venezolano, García de Sena, traduce a Thomas Paine al español. Miranda busca apoyo en EEUU y lo consigue, e invade a Venezuela; un hijo de John Adams es capturado en esta acción. 

Luego vinieron los desencuentros, no solo los de hispanoamérica con EEUU sino también, y sobre todo, entre los mismos latinoamericanos, hasta que a mediados del siglo XX se comenzaron a enderezar las cargas. 

Luego de la guerra que había ganado EEUU con los aliados, se abrían nuevos horizontes. Aparece la OEA y otras instituciones regionales.

Muchos pensadores del hemisferio, apartando resentimientos históricos sobre anteriores conductas de gobiernos estadounidenses, recordaban, como Picón Salas, “la común misión de América, la teoría de la concordia y esperanza del Nuevo Mundo, que antes aproximara el pensamiento emancipador y americanista de las dos zonas e hiciera dialogar a Jefferson y Francisco de Miranda”.  

Pero nunca faltaron los que se mantenían en sus trece, obsesionados con lo que representaba EEUU para el continente y el mundo, particularmente, la izquierda anacrónica latinoamericana, sin olvidar factores ubicados en la derecha política. Carlos Rangel lo decía, EEUU representaba un escándalo humillante para Latinoamérica, la cual no daba al mundo ni se daba a sí misma una explicación aceptable de su fracaso relativo; de allí que con el tiempo comenzara a racionalizar y atribuir la situación de atraso, las carencias y los diversos problemas de América Latina, al país triunfador convertido en potencia. Sin olvidar otras conductas reprochables del gobierno de EEUU, en la actualidad estamos frente a otra realidad. Ese país, aunque siga siendo el más poderoso de la tierra, ya no es único poder, pero es nuestro vecino y principal socio económico. 

La visión hemisférica de Obama, sin duda, representa un cambio sustantivo y una autocrítica sobre el manejo de las relaciones exteriores de su país. Hasta no hace muchas décadas, éstas, en el fondo, han sido producto del desconocimiento recíproco y una incomprensión mutua entre Latinoamericanos y estadounidenses. Los que viven del resentimiento histórico y machaconamente recuerdan agravios pasados, con esta actitud se cierran no solo al presente, sino también al futuro que necesariamente debemos compartir con todos los países del continente, sin excepción.  

El mexicano Enrique Krauze lo ha subrayado muy bien para el caso EEUU-México, observación que puede ser trasladada a toda América: “conocernos antes que condenarnos”. No nos conocemos, nos ignoramos y hasta nos hemos despreciado mutuamente. 

Porque no es verdad que los males de los latinoamericanos tengan como causa EEUU. Es una gran mentira que gustan repetir los demagogos de todo pelaje, para ganar adeptos en sus electorados. Como tampoco es verdad que algunos gobiernos de EEUU no hayan cometido significativos errores en su conducta internacional.

La Cumbre de las Américas dejó claro que EEUU comienza a recuperar gran parte del liderazgo perdido en los últimos tiempos. Aun está por verse si los próximos gobiernos en ese país continúan por esa senda. Esta Cumbre también mostró que los liderazgos obsoletos, mediocres y fracasados, como el del gobierno venezolano, están en franco declive.

Países grandes, medianos y pequeños del hemisferio formamos un bloque cuya potencialidad política y económica es enorme; de allí la necesidad del entendimiento respetuoso, la estrecha cooperación y una integración que a todos traiga beneficios.

Una sola es América en su diversidad. La historia, la política, la economía y los valores compartidos nos unen en un gran conglomerado. Todos somos americanos, sin duda.

 


 




  

  







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